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Lucho Bermúdez, el de las calles de Medellín

  • Lucho Bermúdez, el de las calles de Medellín
19 de diciembre de 2016
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Un carnaval glamuroso engalana las calles de Carmen de Bolívar. Desde lo alto, en los Montes de María, observan a su hijo musical y aclamado. Lo aplauden y él solo ajusta sus lentes de marco grueso, sonríe achinando sus ojos y sigue caminando acompañado de la musa, de la inspiración del clarinete y el solfeo, ella, Matilde Díaz, con labial oscuro y zapatillas relucientes sonríe mientras aprieta su mano. Eso pasaba cada que Lucho Bermúdez caminaba por las calles del lugar que lo vio nacer.

A este personaje sus oídos le permitieron escuchar más allá; sus ojos, musicalizar paisajes inimaginados; sus manos, crear piezas de colección para la vida; sus canciones, darle al pueblo lo que es del pueblo; la alegría, el baile, música que jamás en la vida se imaginaron escuchar, y su nombre, se convirtió en legado, en historia sonando en las calles, en memoria y en el mejor sinónimo para música colombiana. Desde los cuatro años agarró el flautín y desde ese día nunca dejó de sonar. En poco tiempo aprendió a tocar más de ocho instrumentos de viento, y con ellos empezó a soñar en notas, en armonía y melodía.

Sus fandangos, porros y cumbias sonaron en todo el continente y en poco tiempo se convirtieron en referente sonoro, en guía del sonido colombiano. Su propuesta musical fue irreverente para la época, mucho virtuosismo y elegancia, con el ingrediente de las historias de la calle, del aguardiente, de los enamoramientos fugaces, de los pueblos y ciudades que lo enamoraron.

Finalizando los musicales y gloriosos años 40, Lucho Bermúdez llegó a Medellín, pisó por primera vez el hall de un tradicional hotel, una mole de cemento que tomaba vuelo en medio del pueblo que poco a poco se convertía en ciudad. El Hotel Nutibara lo contrató para musicalizar las veladas de los invitados más especiales. También empezó a trabajar en el Club Campestre y como director artístico de la emisora La Voz de Antioquia. Visitó los grilles de la ciudad buscando las voces y el sonido de Medellín. Llegó a lugares como Junín y sus sótanos transformados en tabernas: el grill Montecristo, Bolebar, El Tetero, Tango Bar, Copinol, y El Argentino en el sector de El Bosque.

Luego fue contratado por varias discográficas, entre ellas Discos Fuentes. Trabajó con Toño Fuentes, conoció músicos de todo el mundo y se encargó de dirigir artistas, de musicalizar parrandas, de dar shows en vivo para emisoras. También dejó para la eternidad clásicos sonoros que en ese momento incorporó como novedades, siendo ritmos tradicionales colombianos. Su música era la vanguardia del momento.

Empezó a vivir en Campo Amor, el barrio de los obreros, trabajadores de clase media. También el barrio de los músicos, pues en su cuadrante resonaban las canciones de las disqueras Discos Fuentes y Codiscos. Por sus calles vivieron personajes como Los Corraleros de Majagual, Guillermo Buitrago, Celia Cruz, Olimpo Cárdenas, Rodolfo Aicardi y otro centenar de voces.

Las grandes parrandas del genio musical de Colombia empezaban al amanecer. Después de las dos de la mañana los músicos en Medellín se reunían en la parte exterior del emblemático Hotel Nutibara. Allí en plenas escalas, expuestos ante transeúntes y huéspedes, iniciaban un carnaval musical. Todos se unían en una sola voz a una misma canción, y ya muy temprano en la mañana, terminaban allí su jornada musical para luego irse a desayunar todos en banda.

Sus días en Medellín quedaron marcados, no solo para él, sino para todos los que lo escucharon o recibieron sus lecciones musicales. 15 años en la capital antioqueña, 15 años de fortuna para nosotros, pues tuvimos de cerca al músico más importante de Colombia, el que vio el futuro en notas musicales, y ahora, el que pinta de alegría nuestro presente, el mismo que bailamos y seguiremos disfrutando.

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