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Lo anormal es dañarnos. Pride, de Matthew Warchus

21 de noviembre de 2015
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Un muchacho flaco y rubio y una chica con una cresta punk, yacen acostados en la cama de ella, en una escena casi al final de “Pride”. Ella le dice: “Si fuéramos normales este sería el momento en que nos besaríamos”. En lugar de eso se toman de la mano con fuerza, porque ella es lesbiana y él es gay. Es una tarde de mediados de los ochenta en Londres y ambos pertenecen a un grupo de lucha por los derechos homosexuales que un buen día, por iniciativa de su líder, el carismático Mark Ashton, decidió recolectar fondos a favor de otro grupo que en aquel entonces era maltratado, igual que ellos, por las autoridades: los mineros que se oponían a las privatizaciones y a los recortes que imponía la primera ministra Margaret Thatcher.

Esta es la historia que cuenta “Pride”, que podría pasar perfectamente por una más de las buenas comedias dramáticas inglesas, llenas de sarcasmo y humor negro, que abundan, si no supiéramos que estamos ante la recreación de hechos reales. Realmente aquello ocurrió y se convirtió en uno de esos pies de página de la Historia en los que nadie se fija, hasta que Stephen Beresford, el guionista, escuchó la anécdota cuando estaba en la escuela de arte dramático. Gracias a un documental que consiguió y que los mismos protagonistas habían filmado de forma casera, pudo dar con ellos, entrevistarlos y reunir la serie de episodios que construyen la estructura principal de la película.

Beresford, astutamente, diluye el protagonismo del relato y esa decisión es su mayor acierto; de esta manera evita que se convierta en la historia “de alguien”, para transformarse con el paso de los minutos en “la historia de algo”. La historia de cómo se desarrolla un sentimiento. Cómo se construye una idea hasta convertirse en una causa común que logró poner de acuerdo a muchas voces (parte de lo que hace más verosímil a “Pride” es que sus personajes peleen y discutan entre sí casi sin parar) y que se enfrentó a los prejuicios de la época. ¿Qué iban a hacer esos homosexuales de pinta estrafalaria en un pueblito tradicional de Gales, donde muchos los miraban como si vinieran de otro planeta? Los encuentros entre estos dos grupos humanos son lo mejor de la película, porque nos recuerdan que la mejor manera de respetar la diferencia es reconocer las semejanzas, que pueden ser el gusto por el baile, la timidez, o las ganas de ser felices. En tiempos en que la tolerancia parece alejarse cada vez más de los escenarios de discusión pública, “Pride” se convierte, más que nunca, en una película necesaria.

Un reparto de lujo (vean lo que son capaces de hacer Imelda Staunton y Bill Nighy sin tener que figurar como protagonistas), una magnífica banda sonora y una secuencia de baile memorable, son apenas unos cuantos de los muchos atributos de “Pride”, una película que a punta de sentimentalismo honesto y sin golpes bajos, nos conquista como público. ¡Qué bueno es salir de una sala de cine recordando que lo anormal entre seres humanos, es la guerra y no el amor!.

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