Solidaridad no es renunciar a tu esfuerzo para unirte al compañero caído en desgracia. Por el contrario, es permanecer plantado firmemente en las convicciones que comparten, para avanzar juntos hacia el futuro. Esa es una de las lecciones que deja entrever la conversación que sostiene Martin Luther King Jr. con los líderes del Comité de Coordinación de Estudiantes No Violentos ((SNCC por su sigla en inglés) en Selma, Alabama, adonde ha llegado, meses después de recibir el Premio Nobel de Paz, buscando presionar al presidente Lyndon Johnson para que proponga al Congreso de Estados Unidos las leyes que llevarán a la práctica el fin de la segregación racial que, hasta ese momento en muchos lugares de Estados Unidos, era sólo teórico.
Esa conversación, ardua, tensa, es una de las muchas que el guión de Paul Webb inteligentemente reparte a lo largo de la historia, para impedir que “Selma” se convierta en un panegírico heróico de un hombre que ya es leyenda. Las dudas que debe vencer King, los argumentos en contra, las decepciones, hasta su propia vida de pareja, nos revelan a un líder de un inmenso carisma (vean la escena en que King debe consolar a un abuelo en una morgue) que también era un militante aguerrido, un pastor que preparaba sus sermones con cuidado para que parecieran improvisados, un político audaz que creaba frases en sus discursos para que fueran repetidas como coros de canciones por el público, un marido dubitativo y tal vez, infiel. Es decir, un tipo que se sobreponía a su humanidad, aceptando sus errores e intentando inspirar a quienes lo rodeaban como mejor podía. Todo eso se puede leer en la película, gracias a la estupenda interpretación de David Oyelowo, que con cada gesto esculpe a su personaje. Su ausencia de las nominaciones al Óscar sólo se explica por ser este año la categoría más reñida de la competencia.
El guión, ejemplar en su labor de darle a los hechos históricos una sensación de inmediatez y urgencia casi de reportaje, es reforzado por la acertada dirección de Ada DuVernay que sabe darle a cada momento la velocidad (fíjense dónde utiliza la cámara lenta y por qué o cuándo nos presenta a los personajes a contraluz) y la intensidad que requiere, sin ocultar nada de la crueldad que se vivió en aquellos días, pero presentándola toda con un cuidado estético delicado e impecable. Su labor y la de un reparto que prefiere ajustarse al conjunto general que lucirse por separado, permiten que “Selma” sea, más que una película “histórica”, un retrato vibrante de lo que ocurre cuando las personas se unen para luchar por los valores en los que creen y por las libertades que anhelan. Son inevitables las resonancias con la actualidad, pues de inmediato se conecta aquella lucha de hace cincuenta años con las marchas de hoy por las libertades femeninas en los pueblos musulmanes o por los derechos de los homosexuales. Y la conclusión es la misma: en algún momento todos, con las manos entrelazadas, cruzaremos juntos el puente. Sonriendo.