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La bondad inútil. Padres e hijas, de Gabriele Muccino

02 de julio de 2016
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Sí las buenas intenciones fueran suficientes para que algo funcione, uno podría recomendar “Padres e hijas”, pues con eso se encuentra el espectador: con un puñado de buenas intenciones que no alcanzaron a completar el melodrama que pretendían el guionista y el director.

Elementos interesantes había. No es común ver padres solteros en películas de Hollywood, y menos en historias que no sean comedias. En este caso Jake Davis es un escritor prestigioso que pierde a su esposa en un accidente y tiene que encargarse de su hija pequeña, mientras combate las secuelas físicas con las que quedó. La relación entre padre e hija es entrañable y las escenas entre la actriz infantil Kylie Rogers y Russel Crowe (quien además hace un gran trabajo al actuar unos ataques de epilepsia) son los únicos momentos donde la película consigue una sensación de honestidad de la que adolece el resto del metraje. Sólo en esos instantes alcanza a demostrar Gabriele Muccino, que es el director que conmovió a millones de personas, con las escenas entre Will Smith e hijo, en “En busca de la felicidad”

Las buenas intenciones le alcanzan al guión para intentar contarnos otra historia al mismo tiempo: la de Katie, la niña que conocemos con su padre, 25 años después, cuando se ha convertido en una trabajadora social que intenta superar sus propias secuelas, no físicas sino sicológicas, que la llevan a tener sexo con desconocidos y a vivir en una permanente carencia afectiva. Pero en esta parte de la película falla todo: ni Amanda Seyfried logra darle la profundidad emocional a su personaje para que sintamos que su daño interno es real, ni Aaron Paul es creíble del todo como el hombre bueno que ha de rescatarla, ni los personajes secundarios (Octavia Spencer y Quvenzhané Wallis) tienen algo importante que hacer en una trama que a esa altura, hace agua por todos lados. Porque la estructura narrativa escogida, en la que se salta entre las dos historias intentando crear conexiones argumentales, luce como una acrobacia inútil, igual que los movimientos de cámara, virtuosos y completamente desperdiciados en momentos anodinos de la trama.

Lo peor es que la película se esfuerza en vendernos a Jake como el autor de un libro magistral, inspirado en su hija, que habría sido su principal legado. Pero ni un fragmento del libro oímos, ni sabemos por qué es tan exitoso, ni escuchamos una descripción de lo que ocurría en él. A la pobre Jane Fonda, que actúa como la agente literaria de Jake, la ponen a decir cuatro frases cursis cuando recibe el Pulitzer en su nombre. ¡El Pulitzer, por el amor de Dios!

Es común confundir las buenas intenciones con cualidades cinematográficas. Casi como si a la gente le diera pesar decir que una película es mala cuando está llena de personajes bondadosos. Pero las buenas intenciones sólo sirven para que el fracaso del guión de Brad Desch sea más notorio, pues el público se queda pensando a la salida del cine en la película que pudo haber sido y no en la que vio.

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