Uno de los chistes clásicos entre periodistas deportivos es que no hay nada más complicado que la transmisión radial de una partida de ajedrez. El “juego-ciencia” no es precisamente la respuesta más popular cuando uno se pregunta sobre qué debería tratar una película deportiva. Y sin embargo, la historia que relata “La jugada maestra” (´pasemos por alto lo que se pierde con la traducción del “Pawn sacrifice” del título original) tiene varios elementos que la hacen una cinta más que interesante.
Hubo un tiempo en que el ajedrez fue muy popular. Los grandes periódicos tenían una columna dedicada a analizar partidas de torneos internacionales y a los niños de varias generaciones les regalaban tableros “para que fueran más inteligentes”. Gran parte de esa popularidad se le debe a la rivalidad gestada durante la Guerra Fría entre los rusos, jugadores todopoderosos e imperturbables y el resto del mundo. Y en estos dos bandos se destacaban Boris Spassky por los comunistas y Bobby Fischer por los defensores de la democracia pues en esos términos se planteaban las partidas. Eran batallas que se libraban en un campo de 64 cuadritos.
Tobey Maguire, que nunca ha tenido la apariencia del clásico galán, con mucha astucia produce un película hecha a la medida de su físico, encarnando con solvencia a Fischer, quien a pesar de su proverbial brillantez (o quizás a causa de ella) estaba lleno de manías y tenía propensión a la paranoia y a creer que el mundo conspiraba en su contra (aunque algo de cierto sí había en esas sensaciones, como se descubriría años después)
El problema de “La jugada maestra”, como ocurre con tantas películas biográficas, es que al intentar abarcar más que un momento específico en la vida de alguien, se pierde en generalidades innecesarias. Por eso la primera parte de la cinta es la más débil, llena de escenas de relleno y conflictos mal hilvanados tratando de explicar la locura de Fischer, mientras lo vemos creciendo. Pero cuando llegamos al juego en sí, con Fischer ya interpretado por Maguire, todo mejora. Edward Zwick, viejo lobo de la dirección (de él son las emocionantes “Gloria” y “Leyendas de pasión”), se saca varios trucos de la manga (primerísimos planos de las fichas, tomas en blanco y negro para señalar los momentos en que Fischer recuerda lo que hizo mal, efectos de sonido para resaltar todo lo que distraía a los jugadores) logrando que las partidas por el campeonato mundial, sean electrizantes, dinámicas, llenas de cine.
No se puede decir lo mismo del resto de la cinta, pues los guionistas olvidaron darle profundidad a las motivaciones de los personajes secundarios y todos se pierden en el fango de la memoria demasiado rápido. Sin embargo, ver las tomas creadas combinadas con el material de archivo en el que se muestra cómo el duelo fue un evento mundial, emocionan lo suficiente para que nos quedemos hasta el final en nuestro asiento, preguntándonos en qué momento dejamos olvidado aquel tablero que recibimos de cumpleaños.