Pico y Placa Medellín
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3 y 4
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Vivimos días de frenetismo. La saturación de reuniones, el tráfico diario, los problemas que invaden las horas. Comer de manera acelerada, no dormir, transitar por calles repletas de incertidumbre, los sueños postergados, el dinero y la falta de él, dormir y volver a empezar ese ejercicio diario y peligroso que es vivir. Mientras todo eso pasa, la música está ahí, como espectadora, como banda sonora de lo que nos sucede o lo que quisiéramos que nos suceda.
En mi caso, la música me acompaña siempre, a todas partes, en mi trabajo, en mi cotidianidad, al dormir, al despertar. Son pocos los momentos en los que el silencio está presente. Aunque ahora que lo pienso, lo necesito, quizá un fin de semana en silencio sería una linda experiencia.
Pero en esta ocasión estoy hablando del sonido, de la música y lo que ha hecho en mí. Disfruto de toda la música, sin excepción, en cada género, en cada interpretación encuentro algo que aporta. Por supuesto excluyo lo que no me gusta, pero nada de lo que tenga sonido le hace mal a mi vida.
Gracias al libro Instrumental de James Rhodes pude acercarme a la música clásica. Mi vida fue un antes y un después. Nunca pensé escucharla, ahora está presente en algunos momentos de esa cotidianidad de la que les hablaba.
En esa exploración llegó Frederich Chopin y él también me ha salvado un poco, como pasó con Bach y la vida de James Rhodes.
Chopin nació cerca de Varsovia. Su nacimiento se dio el 1 de marzo de 1810, aunque en el registro bautismal aparece nacido el 22 de febrero de 1810. Su madre fue profesora de piano y su padre fue profesor de piano y de violín. Se desplazó a París en 1831 y rápidamente se estableció en la alta sociedad musical. Robert Schumman lo proclamó genio. Es considerado el primer pianista de la era romántica. Fue gran seguidor de J.S. Bach. Siempre llevaba guantes y en sus retratos no se dejaba ver las manos. Chopin medía 1,70 y pesaba 45 Kg. Tenía tos crónica. Comía hidratos de carbono evitando siempre las grasas. Sufrió una enfermedad durante 18 años que se llama hemoptisis, una expectoración de sangre por tener una lesión pulmonar. Sufría misteriosas enfermedades como alucinaciones y epilepsias. Murió en 1849 probablemente de tuberculosis. En su funeral se interpretó el Réquiem de Mozart. En su autopsia se detectó el gran corazón que tenía y se conserva en un bote de coñac en una de las columnas de la iglesia.
Todas estas cosas las empecé a indagar, como fanático, cuando descubrí que sus composiciones y que su música me hacía bien. En momentos de oscuridad, de tristeza por esa agitada vida rutinaria, en los duelos, en la enfermedad incluso, su piano ha sido medicina y salvación. En Chopin encontré lugares profundos de mi vida que antes no conocía. Y ahora, como ejercicio, cuando llevo días duros, problemas laborales, dolor de corazón o miedo por esta misma vida repleta de incertidumbres, la música de Chopin me acompaña y ha hecho todo más liviano. Por eso, así no importe, así no esté de moda y así él no lea y quizá usted no disfrute la música clásica, le digo a Chopin, gracias, por generar lo que genera en mí. Ese es el verdadero sentido de la música.
Vivimos días de frenetismo. La saturación de reuniones, el tráfico diario, los problemas que invaden las horas. Comer de manera acelerada, no dormir, transitar por calles repletas de incertidumbre, los sueños postergados, el dinero y la falta de él, dormir y volver a empezar ese ejercicio diario y peligroso que es vivir. Mientras todo eso pasa, la música está ahí, como espectadora, como banda sonora de lo que nos sucede o lo que quisiéramos que nos suceda.
En mi caso, la música me acompaña siempre, a todas partes, en mi trabajo, en mi cotidianidad, al dormir, al despertar. Son pocos los momentos en los que el silencio está presente. Aunque ahora que lo pienso, lo necesito, quizá un fin de semana en silencio sería una linda experiencia.
Pero en esta ocasión estoy hablando del sonido, de la música y lo que ha hecho en mí. Disfruto de toda la música, sin excepción, en cada género, en cada interpretación encuentro algo que aporta. Por supuesto excluyo lo que no me gusta, pero nada de lo que tenga sonido le hace mal a mi vida.
Gracias al libro Instrumental de James Rhodes pude acercarme a la música clásica. Mi vida fue un antes y un después. Nunca pensé escucharla, ahora está presente en algunos momentos de esa cotidianidad de la que les hablaba.
En esa exploración llegó Frederich Chopin y él también me ha salvado un poco, como pasó con Bach y la vida de James Rhodes.
Chopin nació cerca de Varsovia. Su nacimiento se dio el 1 de marzo de 1810, aunque en el registro bautismal aparece nacido el 22 de febrero de 1810. Su madre fue profesora de piano y su padre fue profesor de piano y de violín. Se desplazó a París en 1831 y rápidamente se estableció en la alta sociedad musical. Robert Schumman lo proclamó genio. Es considerado el primer pianista de la era romántica. Fue gran seguidor de J.S. Bach. Siempre llevaba guantes y en sus retratos no se dejaba ver las manos. Chopin medía 1,70 y pesaba 45 Kg. Tenía tos crónica. Comía hidratos de carbono evitando siempre las grasas. Sufrió una enfermedad durante 18 años que se llama hemoptisis, una expectoración de sangre por tener una lesión pulmonar. Sufría misteriosas enfermedades como alucinaciones y epilepsias. Murió en 1849 probablemente de tuberculosis. En su funeral se interpretó el Réquiem de Mozart. En su autopsia se detectó el gran corazón que tenía y se conserva en un bote de coñac en una de las columnas de la iglesia.
Todas estas cosas las empecé a indagar, como fanático, cuando descubrí que sus composiciones y que su música me hacía bien. En momentos de oscuridad, de tristeza por esa agitada vida rutinaria, en los duelos, en la enfermedad incluso, su piano ha sido medicina y salvación. En Chopin encontré lugares profundos de mi vida que antes no conocía. Y ahora, como ejercicio, cuando llevo días duros, problemas laborales, dolor de corazón o miedo por esta misma vida repleta de incertidumbres, la música de Chopin me acompaña y ha hecho todo más liviano. Por eso, así no importe, así no esté de moda y así él no lea y quizá usted no disfrute la música clásica, le digo a Chopin, gracias, por generar lo que genera en mí. Ese es el verdadero sentido de la música.