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El gesto y las miradas. Jay Kelly, de Noah Baumbach

hace 9 horas
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  • El gesto y las miradas. Jay Kelly, de Noah Baumbach
  • El gesto y las miradas. Jay Kelly, de Noah Baumbach

Hay tanta hondura y tanta tristeza en ese último gesto de Jay Kelly mirándonos y pidiendo otra toma, mientras se encienden las luces en aquel viejo teatro italiano donde le están haciendo un homenaje, que el espectador sólo puede preguntarse qué les paso a Noah Baumbach y a Emily Mortimer, coguionistas, que tenían en esta película estrenada en Netflix hace pocos días la oportunidad de hacer una reflexión sobre el costo de alcanzar nuestros sueños y cuánto hay que pagar para triunfar, usando la innegable presencia escénica de su intérprete principal, y sólo logran juntar un manojo de relatos a medio construir que el pobre George Clooney resuelve como puede mientras intenta, sin éxito, que pasemos por alto las semejanzas entre su personaje y él mismo.

Porque si a Jay Kelly le están celebrando 35 años de carrera, la de Clooney empezó hace 40 y ha sido lo suficientemente exitosa como para que le calce bien esta historia sobre una estrella de cine madura que cae en un estado de melancolía cuando se entera de que el director que fue su mentor y al que le negó hace poco un favor, ha fallecido. En el planteamiento de la trama ya hay algunos problemas, pues aunque la secuencia inicial es preciosa y desnuda con belleza formal y gran fotografía los trucos que hay detrás de eso que llamamos “la magia del cine”, los diálogos están tan cargados de jerga cinematográfica y tratan de conflictos tan particulares, que alejan casi de inmediato al espectador que no ame al cine sobre todas las cosas.

La única actuación que está a la altura de la de Clooney en toda la película —no por falta de talento del reparto sino por carencia de material para que sus personajes tuvieran sustancia— es la de Adam Sandler, que encarna a este mánager con cara de cansancio perpetuo que ha dejado su vida para ser el sostén de la de su cliente. Es tan buena la química entre Clooney y Sandler que llega un momento en que se antojan innecesarias las apariciones de otra agente que encarna Laura Dern, de la peluquera que hace a misma Mortimer o incluso del antiguo compañero de teatro devenido en adulto rencoroso que interpreta Billy Crudup. Puede que a la vida de Jay Kelly le falten afectos, pero a la película le sobran subtramas que se plantean en una escena para desaparecer en la siguiente. Sobre todo porque esto es una comedia dramática que encuentra sus mejores momentos cuando se toma en serio la reflexión sobre el oficio de actuar o sobre la soledad del éxito.

Como el descubrimiento científico que se produce por azar, Baumbach consigue en la última secuencia captar algo que trasciende a su película. Cuando Jay Kelly observa a las personas en las butacas a su alrededor mirar la pantalla donde se proyectan fragmentos de su carrera, vemos en esos rostros extasiados, entregados a las imágenes, la verdadera importancia del cine: esa comunión compartida en una sala oscura, ese sentimiento transmitido por el aire. Ese misterio que explica por qué “Jay Kelly” merece ser vista a pesar de que se proyecte en nuestro televisor.

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