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“flee: Huyendo a casa”, de Jonas Poher Rasmussen

  • En el filme un refugiado accede a contar su historia con la condición de que no se revele su identidad. FOTO cortesía
    En el filme un refugiado accede a contar su historia con la condición de que no se revele su identidad. FOTO cortesía
21 de junio de 2022
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La discusión entre forma y fondo es una de las más viejas y también de las más interesantes en las artes, aunque —como si fuera una obligación tomar partido, debido a esa extraña necesidad actual de ubicar a la gente en bandos— a veces se nublen los ojos de buena parte de la crítica, descrestados ante formas novedosas que no tienen mucho más que ofrecer que su singularidad. No es el caso con “Flee” (digamos que el aporte del subtítulo en español que le han puesto sus distribuidores es pobre, así que no lo mencionaremos más), una película que llega precedida por sus tres merecidas nominaciones al Óscar en las categorías de Mejor documental, Mejor película animada y Mejor película internacional por Dinamarca, y que probablemente dure en nuestras carteleras lo que usted se demora en leer esta columna. En ella la forma es el fondo, o al menos está atada a él de una forma que no es común.

El protagonista de la película, Amín, es real, como su historia, que es la que nos presenta la película, aunque no se llama así, y no luce como el que vemos en pantalla. Amin se convirtió en uno de los grandes amigos del director, Jonas Poher Rasmussen, mientras crecía como un joven refugiado en algún pueblito danés. Necesitó de esa confianza que sólo construyen las amistades del corazón para “abrirse” frente a Jonas y contarle cosas que ni siquiera le había confesado a su pareja. Recuerdos de una vida en la que se la ha pasado huyendo, tanto de la represión de regímenes totalitarios y corruptos como de una cultura que ni siquiera tiene una palabra para nombrar a los homosexuales. Justamente por eso y por algunas revelaciones que conoceremos al ver la película, la elección del director fue tan afortunada. Decidirse a contar la historia con animación (que es una forma de hacer cine, no un género, como recordó Guillermo del Toro hace unos días) no sólo le permitió conservar oculta la identidad de su protagonista para evitar posibles represalias sino mostrarnos algo que es muy difícil de recrear en los documentales: los sentimientos de los personajes que habitan sus imágenes. Porque si no hay videos, ni fotos, ni reconstrucciones dramatizadas, ¿cómo lograr que entendamos la ansiedad de un niño que visita en una cárcel a su padre, o el miedo infinito de una señora, la mamá de Amín, a morir ahogada en ese barco de tráfico de personas que los lleva por las aguas del mar Báltico, o la felicidad alucinada de un muchacho que por primera vez puede vivir su sexualidad escondida en un bar gay de Europa?

La forma está aquí al servicio del fondo, pues permite transmitir la intensidad de las emociones que el mismo Amín expresa con la suavidad y el pudor de los que han tenido que ocultarse demasiado tiempo. Cuando huir es la única forma de avanzar, como le pasa a tantas personas en Colombia y en el resto del mundo, es necesario encontrar formas de contar esos relatos que logren impactarnos, para destacarse en el maremágnum informativo que cada vez nos anestesia más frente al sufrimiento ajeno. “Flee” es un buen ejemplo de que todavía se puede.

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