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El mal en forma. “De noche con el diablo”, de Cameron Cairnes y Colin Cairnes

16 de septiembre de 2024
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Si en Colombia tenemos que lamentar que ya empezaron a atosigarnos con las cuñas radiales machacando a todo taco (porque aquí nada puede hacerse a un volumen racional) que “desde septiembre se siente diciembre” habría que decir que desde hace más de una década en el cine comercial todo el año es octubre. Cada semana hay en cartelera dos o tres títulos de ese subgénero clónico que es el terror, que aunque hace la tarea de llevar a las salas a una generación que busca saltar y gritar en sus sillas, suele ofrecernos propuestas estéticas y narrativas cortadas todas con la misma hoz con que arman a sus consabidos sicópatas asesinos, plagadas de apariciones detrás de cortinas, efectos de sonido tramposos y casas llenas de recovecos.

De noche con el diablo, de los hermanos Cameron y Colin Cairnes es de otra estirpe. Está en ese grupo de películas de terror en el que lo importante no es el susto constante sino la historia coherente, donde podemos encontrar desde clásicos como The thing de John Carpenter, a películas contemporáneas como La primera profecía, de Arkasha Stevenson, o La sustancia, de Coralie Fargeat, próxima a estrenarse. En todas ellas la forma en que se cuenta, el clima que se consigue transmitir y los elementos estéticos usados, construyen una personalidad propia que las diferencia en la memoria del espectador.

En De noche con el diablo el diseño de producción y el vestuario nos trasladan a 1977, el año en el que supuestamente se producen los hechos, al plató de uno de esos programas nocturnos (late shows se les llama en inglés) donde un conductor y comentarista entrevista a distintos invitados. El trabajo de Otello Stolfo apoyado en la dirección de arte de Bob Hern, además del inteligente uso de la filmación a tres cámaras (como se hacía la televisión en vivo), aportan para que creamos en la mentira que hace posibles los demás elementos: estamos viendo la grabación recuperada de un episodio que salió al aire y conmocionó a Estados Unidos.

Así todo tiene sentido: la fotografía aburrida y de iluminación plana, el presentador nervioso porque arriesga su continuidad en la cadena apostándole a un show que llame la atención, el público disfrazado porque es Halloween, el médium que parece haber despertado algo que lo supera, además del experto que hipnotizará a la audiencia y la niña a través de la cual hablará un espíritu maligno. La forma del show televisivo, familiar para todos, permite que tengamos esas “cámaras de seguimiento” que revelan lo que ocurre en las pausas comerciales, y crea esa sensación de familiaridad que potencia el asombro frente a lo que ocurrirá después. Eso sí, es la actuación contenida de David Dastmalchian como Jack Delroy y la habilidad de Ingrid Torelli para cambiar de registro, las que logran que De noche con el diablo nunca cruce la línea que separa lo peculiar de lo ridículo.

El buen terror se ha convertido en una sana costumbre gracias a propuestas como ésta. Una costumbre mucho más agradable que la de cantar villancicos desde septiembre.

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