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Qué demonios significa que ese hombre que lleva años ausente porque está trabajando en Alemania, con el que no habla hace tanto tiempo, pero que sigue moldeando su vida a la distancia porque la convierte en una mujer casada a los ojos de los demás —incluso del amable médico que tímidamente la corteja en el hospital donde trabaja como enfermera—, le envíe sin avisarle ni adjuntar siquiera una nota en la caja, una olla arrocera roja de alta tecnología, que su compañera de apartamento, la joven Anu, mira con el mismo asombro con el que un tipo cualquiera miraría un convertible. ¿Quiere decir ese regalo que va a volver? ¿Y qué es eso que siente que no se parece a la felicidad que debería tener alguien cuando la persona que supuestamente ama está de regreso en su vida?
Todo esto percibimos más que sabemos viendo “La luz que imaginamos”, la película de Payal Kapadia que ganó el Gran Premio (que viene siendo el más importante después de la Palma de Oro) en el Festival de Cannes de 2024. Percibimos, porque en realidad el guion de Kapadia, Himanshu Prajapati y Naseem Azad se concentra más durante la primera parte de la película en presentarnos la cotidianidad del grupo de mujeres enfermeras al que pertenecen Anu, que es más joven y dicharachera; Prabha, la que recibe la olla, que ostenta un cargo de mando en el hospital y actúa como figura materna y consejera de Anu; y Parvaty, que trabaja en la cocina del centro médico y será el motor de la segunda parte de la película, cuando tenga que mudarse a un pueblo pesquero después de que una empresa constructora la saque de su casa en el barrio de invasión donde llegó hace años, para edificar una urbanización moderna. Porque claro, para narrar esa cotidianidad femenina tan particular, Kapadia tiene que narrar el caos macilento de esa urbe monstruosa que es Mumbai, en cuya área metropolitana viven más de 23 millones de personas. Por eso aparecen los recorridos en bus, las tiendas de tecnología, las idas a cine en grupo, las conversaciones sobre las estrellas de cine masculinas, que consuelan a esas mujeres de atender a otras mujeres, jóvenes llenas de hijos que no han podido acceder nunca a un método anticonceptivo, o viejas que ven a su difunto marido en medio de los delirios de su demencia senil. Destinos femeninos que dependen de voluntades masculinas.
La luz que imaginamos del título parecería referirse a la esperanza de otra vida que las tres protagonistas llevan consigo. Tal vez por eso el regalo de aquel médico que conmueve a Prabha es una poesía, que es justo lo que le falta a su vida, o por eso la película, de un realismo documental y doloroso, deriva en una secuencia fantasiosa, donde las palabras se escuchan mientras vemos un paisaje en el que la luz es una insinuación. Porque en este mundo de hombres ausentes y sin metáforas, la felicidad debe ser algo parecido a ese bar de playa que abre hasta el amanecer, adornado con focos de colores, en el que se pronuncian palabras que no escucharemos y una muchacha baila sola una música que no oímos. Su música.