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Desplegar las alas: Bird, de Andrea Arnold

hace 5 horas
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  • Desplegar las alas: Bird, de Andrea Arnold
  • Desplegar las alas: Bird, de Andrea Arnold

Llevamos casi siglo y medio creyéndole a Tolstoi aquello de que todas las familias felices se parecen mientras que las infelices lo son cada una a su manera. Pero la realidad que nos permite conocer el cine lo desmiente con facilidad. Basta con que nos quedemos un rato viendo Bird, de Andrea Arnold, para que identifiquemos esos elementos que conocemos de nuestros propios escenarios: las madres jovencísimas, llenas de hijos de varios padres, condenadas a aceptar abusadores que les ofrecen algún cariño; los muchachos irresponsables, que no han terminado de crecer y viven del rebusque y de las ideas geniales, muchas de ellas ilegales, que los sacarán de pobres; los niños que van creciendo al desgaire, preguntándole al azar por su destino, sin que nadie les ayude a convertirse en adultos, aprendiendo todo a las malas.

Bailey, la jovencita a la que acompañaremos en Bird, se parece a Mia, el personaje principal de Fish tank, y a Star, la protagonista de American honey, dos películas anteriores de la directora Andrea Arnold. No en lo físico, sino en esa sensación de que algo no está bien en sus vidas, de que necesitan un cambio ahora que ellas mismas están cambiando, sin que sepan muy bien qué.

Sin embargo, la inquietud en Bailey está expresada de una forma más poética: ¿la vida que sueña se parece al vuelo de esos pájaros que capta con la cámara de su celular y que proyecta en las paredes de su cuarto? ¿Será esa la libertad que ansía?

Alrededor de Bailey las cosas avanzan sin que ella pueda controlar nada. Su papá, ese brusco y tierno maleante que compone con más aciertos que fallas Barry Keoghan, va a casarse con la novia que conoce apenas hace tres meses. Su mamá, que vive con sus hermanitos en otra casa, ahora sale con un novio que probablemente los lastime. Su hermano mayor hace parte de una banda que quiere dictar justicia en el barrio. Y entonces aparece Bird, precedido de un viento que agita la hierba, como se le aparece el Espíritu Santo a María en esos cuadros de la Anunciación que llenan los museos. Un pájaro que sabe orientarse mientras vuela, para acompañar a una jovencita que tiene que lidiar con su primera menstruación y la supuesta adultez que eso conlleva.

Con la ayuda de Robbie Ryan, uno de esos directores de fotografía capaz de desarrollar una propuesta diferenciadora para cada director con el que trabaja (es el usual de Yorgos Lanthimos pero también ha repetido con Ken Loach), Arnold consigue expresar la vitalidad de su enfoque en muchas secuencias hechas con cámara al hombro, pero al mismo tiempo el lado poético y mágico, en esas proyecciones en la pared. Aunque el punto más alto del vuelo narrativo lo consigue con su actuación Franz Rogowski: admírenlo cuando, herido en sus sentimientos, se mueve como un ave con un ala rota. Gracias a él es que el tránsito de la historia al realismo mágico, que podría haber fallado, se siente orgánico, casi posible. Porque todos los pichones, y esa sí es una verdad universal, necesitan que alguien les enseñe a volar.

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