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Crónica de un fan fatal: Salón Málaga, donde el tiempo aprendió a cantar

hace 17 horas
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diego

londoño

@Elfanfatal

Hay lugares que no se miden por metros cuadrados, sino por emociones. Lugares donde el tiempo parece haber hecho las paces con la memoria. Donde las canciones no se oyen, sino que se sienten.

En Medellín, uno de esos lugares se llama Salón Málaga, y este año cumple 68 años de música, historia y vida.

Entrar al Málaga es atravesar un umbral invisible: afuera, la ciudad corre con su ruido y sus apuros; adentro, el aire tiene otra temperatura. Hay ecos de tango, de bolero, de pasillo, y una sensación de que ahí dentro se conserva algo que ya casi no existe: el valor del encuentro. Las mesas están llenas de conversaciones, los retratos en las paredes vigilan en silencio, los vinilos giran como si el mundo todavía creyera en el poder de una canción.

En medio de ese universo sigue don Gustavo Arteaga Ríos, su fundador. Tiene 92 años y una energía que parece venir del sonido mismo. Fue él quien, en 1957, decidió abrir un bar que mezclara dos pasiones: la música y la gente. Lo hizo con 700 pesos —que entonces eran una fortuna y un acto de fe— y con una certeza: que los discos podían reunir almas. La primera canción que sonó ahí fue Sueño y dicha, y nunca un título fue tan exacto.

Don Gustavo nació en Caramanta y llegó a Medellín siendo un muchacho. En medio de los años difíciles del país, entendió que su destino estaba en la música. Su oído y su terquedad levantaron lo que hoy es uno de los espacios más queridos de la ciudad. Un lugar donde han pasado generaciones enteras, donde se han forjado amistades, se han contado amores, se han curado tristezas y se ha aprendido que la nostalgia también puede ser una forma de alegría.

El Málaga no solo ha resistido el paso del tiempo: lo ha desafiado. Desde su traslado a la Carrera Bolívar, el bar se volvió un punto de encuentro, una especie de faro emocional del centro. Allí nacieron tertulias, orquestas, proyectos culturales, y hasta un sueño que se convirtió en símbolo: el Málaga Sinfónico, esa versión monumental de la música popular interpretada por bandas sinfónicas, como un homenaje a la memoria viva de lo que somos.

Detrás de todo esto está también su familia, especialmente César Arteaga, quien desde hace décadas sostiene la gestión cultural del bar con un amor que solo puede heredarse. Porque el Málaga, aunque nació de una historia familiar, terminó siendo patrimonio de todos: de los viejos melómanos, de los turistas curiosos, de los jóvenes que llegan buscando entender por qué ciertas canciones logran detener el tiempo.

Celebrar sus 68 años es agradecerle a don Gustavo por recordarnos que la música tiene el poder de hacernos volver, aunque no sepamos exactamente a dónde. Porque hay canciones que no envejecen, solo esperan a que uno las escuche de nuevo. Y en cada vinilo que suena en el Salón Málaga, la nostalgia se vuelve una forma de eternidad.

Para finalizar, una invitación. El aniversario se celebrará con Málaga Sinfónico N°68: “Mi Medellín del alma”, un espectáculo interpretado por la Big Band Málaga. La cita será el 29 de octubre de 2025, a las 7:00 p. m., en el Teatro Pablo Tobón Uribe.

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