La actriz Mira Harberg llega a París para protagonizar una nueva versión de Les Vampires, gloriosa serie muda que cuenta las andanzas de una banda de criminales que parecen obrar inspirados por su musa, Irma Vep. Mira llegó a la ciudad para escapar por un tiempo de los reflectores que Hollywood tiene puestos en ella. Recientemente protagonizó una gran producción que la disparó a la cúspide de la fama y quiere evadirse de sus nefastas secuelas, entre ellas, el desamor y la sensación de no pertenecer a ninguna parte, de estar expulsada del mundo, de la realidad y de todo lo que puede llegar a ser familiar. En cambio la atrae el mundillo de un pequeño rodaje, bajo la tutela de un director delicado que todavía cree que rodar una película es participar en un ritual, por medio del cual, los personajes de la ficción y el espíritu de una trama van tomando posesión de cada elemento involucrado en la producción: desde los actores, los técnicos y todo el personal humano, hasta los objetos, el set, el vestuario y cada artefacto de la utilería.
Mira experimenta a lo largo de los ocho episodios de Irma Vep esta posesión gradual. El personaje es una trampa de fascinación. En la serie original, rodada en Francia entre 1915 y 1916, es interpretada por Musidora, mujer tan magnética como su pseudónimo, que parece conjuro para llamar a los espectros. Es una diva grácil, con un arsenal gestual en la mirada y tal manera furtiva de moverse ante la cámara que por poco vuelve realidad el mito que le da nombre al grupo de forajidos. La miniserie de Olivier Assayas, disponible en HBO Max, es un remake de su película de 1996 pero las variaciones de esta trama le dan una resonancia especial. Entre la película y la miniserie hay puentes y espejos. Los reflejos y semejanzas están al mismo tiempo unidos y distantes. Hay una actualización de los acontecimientos, pero también una presencia fantasmática de Maggie Cheung, la actriz que en el 96 quiere encarnar a Irma Vep, como si el gesto de posesión fuera el verdadero núcleo de las dos producciones.
Alicia Vikander es la vasija que recibe las presencias de Musidora, Maggie Cheung, Mira Harberg... Interpreta su papel con estoicismo y una actitud avizora, como la de un halcón que atestigua los extraños movimientos de la noche. Cuando viste el traje característico de Irma Vep, un leotardo de terciopelo que antecede a los vulgares trajes de goma de los superhéroes, Mira se transforma en una sombra, deambula sin ser vista por los pasillos de los hoteles y escala a los tejados para espiar los corazones rotos que se ven en las ventanas de una ciudad que está perdiendo su magia y sus leyendas.
Lo que me gusta de la serie es la manera en la que idealiza el arte de hacer una película. Aunque todos saben que se está rodando una serie, el director, René Vidal, opera como si estuviera creando una gran historia de 10 horas, guardando una fidelidad profunda por Irma Vep y por cada detalle de la historia, como si ese gesto le abriera un umbral para atravesar la cortina de la realidad y el tiempo y así habitar el mundo de ensueño en el que conviven todas las musas perdidas.
La mística de este director de frágil ánimo se apuntala en otros personajes que ayudan a mantener el fuego del ritual. Gottfried von Schack, interpretado por el actor alemán Lars Eidinger, es todo un fenómeno atmosférico a medio camino entre un relámpago y un tifón. Drogadicto, promiscuo, insomne, casi suicida, llega al rodaje para reivindicar la ferocidad que todo arte debe mantener en su corazón. Orbitando como una estrella, en la que aún no chispea luz propia, está Regina, la asistente de Mira, que también busca en el cine una pureza que los productores y la industria pretenden empañar, pero que se mantiene resguardada en lugares a los que solo pueden acceder unos cuantos. Caminando en los tejados de París, Irma Vep busca el lugar de esa pureza, una zona limítrofe que solo acoge a criaturas como ella: leves, huidizas y heridas