El proyecto de reforma política tiene aspectos positivos. Hay cambios constitucionales que hay que hacer. Es positivo el control de financiación de las campañas políticas. Si la financiación es privada, se asumen compromisos con los financiadores. Y si es por medio de la “mermelada”, tampoco se asegura la autonomía del Congreso. Por eso es positivo que el Estado financie en igualdad de condiciones y exija rendición de cuentas.
Por fortuna, al articulado inicial de este proyecto le quitaron aspectos que eran graves, como quitarle competencias a la Procuraduría de poder disciplinario sobre los parlamentarios, o ciertas competencias que le daban a la autoridad electoral.
En cuanto a la exigencia de acreditar que se votó en la elección anterior para acceder a un cargo público, estoy de acuerdo. No es una carga excesiva para el ciudadano pedirle que vote y fortalezca la democracia, entre otras cosas porque puede hacerlo en blanco.
La aprobación de esta reforma la veo muy difícil. Porque la “mermelada funciona” generalmente para otros proyectos, pero cuando el parlamentario ve sus propios intereses en juego, como ocurre con esta reforma, ya no obedece a lo que el Gobierno le indique así sea con “mermelada” de por medio. Esta reforma política no les gusta a los congresistas.