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Hoy día, los líderes que más trascienden son aquellos que son capaces de operar desde el amor y la compasión, personas que son capaces de ponerse en los zapatos del otro.
Por Juan Camilo Quintero M. - @JuanCquinteroM
Hace dos semanas escribía sobre la importancia de las pequeñas buenas acciones para cambiar nuestros comportamientos, sin embargo, si no aumentamos los niveles de conciencia en nuestros comportamientos y acciones día a día, difícilmente cambiaremos nuestros paradigmas y por ende nuestras formas de operar en sociedad.
Hoy día vemos personas que en sus acciones operan desde la rabia, otros desde la envidia, la codicia, el ego, la violencia, etc, personas que seguramente han perdido en gran medida su conciencia por diferentes motivos y, sin darse cuenta, siguen operando en piloto automático en su forma de ser y actuar, sin ningún tipo de reflexión interna que les ayude a salir de ese estado de aletargamiento.
Hoy día, los líderes que más trascienden son aquellos que son capaces de operar desde el amor y la compasión, personas que son capaces de ponerse en los zapatos del otro y que a su vez se convierten en vehículos para hacer crecer a otros en sus niveles de conciencia. Es triste ver cómo la pérdida de conciencia de ciertos líderes los llevan a operar desde el centro de su ego, a ratificar sus creencias, sin tener lecturas desde afuera para entender que sus formas de liderar están erradas y sin tener lecturas internas para encontrar mayores niveles de conciencia.
El problema de un liderazgo tóxico en la sociedad, empresa o familia redunda en un entorno hostil, negativo, polarizador y hasta enfermizo que puede terminar en depresión o violencia.
Es momento de volver a las campañas de cultura ciudadana, entender que un gesto, tal vez una palabra o quizás en el lenguaje corporal positivo puede convertir un momento en algo más amable, inspirador o hasta sanador.
Raj Sisodia habla bastante de las empresas que curan, contrario a aquellas que enferman por liderazgos que intimidan, abusan, gritan y basados en el poder que les da estar en la parte alta de una estructura terminan enfermando a la gente con estrés y depresión. Como decía mi abuela materna, hay gente que es luz en la calle y oscuridad en la casa o viceversa.
Nada más adictivo que operar desde la cortesía, el cuidado de las palabras, los gestos positivos, algo que termina siendo contagioso, que desata mayores niveles de satisfacción, endorfinas y genera espacios más amables en el día a día.
Que tal si en Medellín y Antioquia volvemos a las campañas masivas de cultura ciudadana que nos ayuden a exponenciar nuestros niveles de amabilidad, respeto por los otros y, por supuesto, por las normas ciudadanas.
Gente cálida, amable, que cuida lo público; esto es parte de nuestro mito fundacional. No lo podemos dejar perder, por eso debemos pasar de la individualidad a la colectividad.