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Las imágenes del asesinato del exprimer ministro de Japón Shinzo Abe son impactantes. La tecnología casi que nos permite ver en directo asesinatos y matanzas sin apenas filtros. Hemos visto la caída de la Torres Gemelas en directo, imágenes de bombardeos desde Irak hasta Ucrania y, cada cierto tiempo, matanzas en colegios y supermercados de Estados Unidos, en las que la sangre se reproduce y multiplica sin ningún pudor. Sin embargo, el caso de Japón tiene una particularidad: este es quizá uno de los países del mundo con más restricciones para que la población civil adquiera armas de fuego. Hasta ahora las investigaciones están encaminadas a que el magnicidio fue consumado por un exmiembro de las Fuerzas de Defensa Marítimas, quien habría utilizado un arma de fabricación casera. Los motivos aún son un enigma. Al horror de la muerte se le suma, en este caso, el horror de saber que ninguna sociedad, por avanzada que parezca, está a salvo de la violencia.
Vivimos tiempos violentos tal vez porque nuestro ADN es violento. Porque estamos condenados a luchar contra nuestra propia naturaleza, contra esa oscuridad que se mueve en nosotros y que desde siempre lucha por dominarnos. Construir una civilización implica eso: domar ciertas acciones primigenias, apaciguarlas para no destruirnos unos a otros. De allí, la importancia de los consensos, del respeto por los argumentos y por la vida del otro.
Pero la sinsalida está planteada. De un lado, en Estados Unidos el debate por la libertad para portar armas está atravesado por poderes económicos y políticos inmensos, y será muy difícil que haya cambios de fondo en ese sentido. Del otro, no hay duda de que la estrategia de Japón parece efectiva cuando se miran las estadísticas de asesinatos en los últimos años.
Un tercer eslabón es el papel de los medios y de las redes sociales en la amplificación y en el manejo de estos hechos. Hay unos límites que siempre conviene respetar. No se trata de no informar, sino más bien de cómo lo hacemos y de qué propósito perseguimos con esto. Multiplicar la atrocidad, mostrar sus detalles más ínfimos en vivo y en directo, creo, solo genera más atrocidad.
Es real que vivimos una época convulsa, pero también lo es que a todos nos corresponde apostar por contrarrestar el caos. No solo los Estados ni los medios de comunicación tienen papel y responsabilidad en ello, todos la tenemos. Mucho más cierto es esto en una sociedad como la nuestra que lleva años tratando de pasar la página más oscura de su historia. De nosotros depende lograr un país menos faccioso y más incluyente. Lo que queda demostrado con el ejemplo japonés es que la fórmula de restringir las armas funciona, pero no es infalible, se requieren acuerdos y sacrificios diarios. Después de todo, construir en tiempos violentos no es tarea fácil, pero sí muy gratificante