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Aguapaneleros del centro están quebrados y buscan ayuda

El grupo de voluntarios que por 34 años ha atendido habitantes de calle atraviesa una grave crisis económica.

  • Uno de los habitantes de calle atendido por Aguapaneleros. FOTOS: JULIO HERRERA Y CORTESÍA
    Uno de los habitantes de calle atendido por Aguapaneleros. FOTOS: JULIO HERRERA Y CORTESÍA
05 de julio de 2025
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Pese a ser un hombre de apariencia ruda y portentosa, César Leguizamón –uno de los miembros de la Fundación Aguapaneleros Medellín– no puede evitar que sentir un vacío que le apaga la voz y le pone la mirada triste al notar que, en vez del habitual pan con aguapanela que le llevaba sagradamente los jueves a los habitantes de calle del sector de El Bronx, les tenga que entregar una de las peores noticias.

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“En 34 años de historia desde la fundación de Aguapaneleros, esta es la primera vez que nos toca parar las actividades y llegar sin nada. ¡Es que hasta en pandemia nos las arreglamos para entregar la aguapanela y hasta mercados a las familias! Pero hoy... Tristemente tenemos que decir que estamos quebrados económicamente” se lamentó.

Esa noche de jueves en El Bronx, poco a poco la presencia de Leguizamón pasó de convertirse en la esperanza de los habitantes de calle de llevarse algo caliente a la boca antes de dormir, a una silenciosa pero fuerte tristeza que de a poco se extendió por el sector.

–¡Hey, profe! (así le dicen a César en El Bronx), ¿por qué no vinieron hace ocho días?

–Es que estamos quebrados... No hay plata...

–¡Uy, cómo así!... ¡Y entonces!... ¿Pero cierto que van a volver?

–...

La escena se va repitiendo a medida que Leguizamón va pasando esa noche por ese mundo sórdido que es El Bronx en el cual, entre el piso y la basura, cientos de seres humanos se congregan en una surreal escena tal vez digna de la Divina Comedia.

“Yo estaba esperando ver a los Aguapaneleros pa’ coger impulso y bajar a hacer la fila porque acá se atiende a mucha gente. Es que si usted viera, eso no son 100 o 200 ‘peludos’, son más de 700. Y cuando vi al profe, dije ‘Bien, ya van a venir’. Pero vea...”, se lamentó Johnatan, un joven poseedor una agudísima inteligencia y quien está en la calle desde los 18 años.

A estas personas, a quienes la ciudad trata de “desechables”, Leguizamón les va explicando una por una con paciencia y hasta ternura que, por ahora, la labor altruista debe parar ante la falta de recursos. Y así lo hace porque él sabe que más que el interés por un alimento, a los habitantes de calle les preocupa genuinamente la suerte de sus benefactores.

Dignificar con aguapanela

César contó que Aguapaneleros Medellín nació en 1991, época en la que los grupos armados empezaron a pulular en las comunas de la ciudad, tomando a la fuerza las casas ubicadas en las goteras de la urbe, con la famosa frase de “sino me entrega la casa sale con los pies por delante”.

“A raíz de eso, muchas familias salieron de los barrios y el único destino que encontraron fue quedar en situación de calle en el Centro de Medellín. Así que una persona se juntó con un grupo de amigos para llevarle una aguapanela y unos panes que se consiguieron a esas víctimas de desplazamiento. Con el tiempo estas familias se fueron yendo, pero los voluntarios se dieron cuenta que los habitantes de calle también necesitaban ayuda pues su situación era preocupante y esta no se solucionaba con el accionar institucional”, explicó César.

Con el tiempo, ese esfuerzo altruista se fue convirtiendo en una fundación que se puso la meta de llevar cada jueves aguapanela con pan a los habitantes de calle donde estuvieran congregados. Ya fuera a la Avenida de Greiff, a un costado de la Plaza Minorista, o el sector de El Bronx, como ocurre hoy.

Para bien o para mal, en estas tres décadas, los Aguapaneleros se han sabido mantener independientes y sobrevivir con lo poco que pueden conseguir por cuenta propia.

“Nunca nos hemos plegado a movimientos ni instituciones, ni siquiera a los políticos que en campaña prometen el cielo y la tierra. Al que quiera sumarse como voluntario lo recibimos con mucho cariño. Pero no permitimos que se haga proselitismo o propaganda institucional por cuenta de la Fundación. Lo que hacemos es una acción social de visibilización y dignificación de los muchachos, de los habitantes de calle”, añadió.

Hasta hace dos semanas, en promedio, cerca de 40 voluntarios –de los cuales muchos hacen parte de otras fundaciones– se reunían para entregar entre 1.500 a 2.000 raciones de aguapanela y pan a los habitantes de calle de la ciudad las cuales salían de la sede de la fundación.

Más que una comida

Desde los primeros recorridos los “aguapaneleros” notaron que esta sencilla bebida era la excusa más efectiva para acercarse a los habitantes de calle. ¿Y por qué el éxito de la aguapanela? Parece sencillo, pero tiene su ciencia, como lo explicó el mismo César.

La mayoría de los habitantes de calle son de acá de Antioquia y como paisas llevan la aguapanela en el ADN porque remite al hogar, a la familia que estas personas en alguna ocasión tuvieron porque, porque así mucha gente los llame con palabras tan horribles como indigentes o gamines ellos también son personas”, dijo.

Ese primer contacto mediado por una aguapanela humeante sirve de excusa para que los habitantes de calle vayan despojándose de esa “armadura” con la que se protegen del mundo cruel que los ataca todo el día en la calle. Según los aguapaneleros, a raíz de esta estrategia han notado que más que por la bebida y la comida, los habitantes de calle se congregan a su llamado para conversar un poco, para tener un diálogo con alguien ajeno a su mundo que vaya más allá de un “regáleme una moneda” o “¿me da ese sobrado?”.

“¡Oiga, míreme! Es que ellos todo lo que dan, lo dan de corazón. ¡Míreme!, acá viene mucha gente y entrega comida y ropa pero salen y se van. En cambio ellos (los aguapaneleros) siempre me preguntan que cómo estoy y hasta me traen la ropa que me gusta”, comentó “Morita”, una habitante de calle de mirada sincera y alma sosegada.

Pero más allá de la entrega de aguapanelas, la Fundación se encarga de cambiarle el día y hasta la vida a los habitantes de calle.

“Les hacemos dos eventos cada semestre, ‘Desayunando como un Rey’, donde les damos un desayuno más ‘reforzado’ con huevo y carne; y ‘La Fiesta de la Calle’ que es una pequeña celebración. En esos días les montamos duchas, les llevamos barberos, les hacemos recambio de ropa porque con la lluvia se les deteriora más, les traemos recreacionistas y cantantes, en fin. Es más... la Fiesta la íbamos a hacer el domingo, pero ahí nos dimos cuenta que estábamos quebrados”, recordó Leguizamón, con mirada apesadumbrada.

Hay otro programa que tal vez sea el más importante de la Fundación. Se llama Salvando Una Vida y es con el que brindan la opción de que los habitantes de calle puedan salir de ese mundo sórdido y cruel.

Leguizamón habla con admiración del principal ejemplo de este programa, un exhabitante de calle llamado Carlos Andrés Lopera, quien logró rehabilitarse tras casi una década y hoy ayuda a otros a superar este proceso. De él es una dura, pero certera frase dicha en el Concejo de Medellín y que reza: “Nos dicen habitantes de calle, y ni la calle nos dejan habitar”.

El costo de salvar vidas

Y aunque los programas de la Fundación suenen bien, como todo en esta vida, estos también cuestan una plata que poco a poco se volvieron en una deuda cercana a los $30 millones que hace insostenible a los Aguapaneleros seguir realizándolos. De otro lado, la debacle económica también se ha dado por cuenta de la salida de varios donantes estratégicos que por una u otra razón ya no pudieron seguir aportando a la noble causa.

La mayoría de deudas son por servicios contratados para las actividades, como por ejemplo, Salvar una Vida. De hecho, no más a la Fundación Sobriedad, que les recibía los habitantes de calle que querían iniciar su rehabilitación, se le deben cerca de $20 millones.

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“Hemos tocado puertas y la gente me dice que cuánto vale la panela para el recorrido. Pero es que nosotros no podemos pagar ni el arriendo ni los servicios de la sede, o los otros programas, con panela y panes. Hoy no podemos repartir la aguapanela porque no tengo de dónde sacar los litros de agua para prepararla porque EPM nos cortó los servicios de la sede. Suena duro, pero el efectivo es necesario porque así solventamos la Fundación”, añadió el vocero.

Los Aguapaneleros dicen que no se han quedado quietos, que han buscado apoyo en empresas y en instituciones públicas como la Secretaría de Inclusión, pero el necesario dinero aún sigue siéndoles esquivo. Esto a sabiendas de que algunas tareas de esta dependencia podrían ser realizadas por la Fundación a través de una remuneración justa.

“Si un muchacho hoy se nos acerca y nos dice que quiere salir de la calle, lo único que podemos ofrecerle es que haga el proceso con Inclusión Social sabiendo que tal vez estaría mejor con nuestro programa. ¿Y por qué digo esto? Porque para el habitante de calle la gente de Inclusión Social que busca resocializarlos en la mañana, es exactamente la misma de la Secretaría de Seguridad que los echa de todo lado a golpes. Para ellos todos son la Alcaldía. Y por la oficialidad no es tan efectiva porque para ellos esos funcionarios representan al ‘papá borracho’ que con una mano les pega y con la otra los quiere abrazar. Y así no hay rehabilitación que funcione”, explicó Leguizamón.

“Nadie está aquí porque quiere”

Pese a su llamado urgente por ayuda, los Aguapaneleros son conscientes de que no faltarán los comentarios de ataques contra su labor, pues habitualmente los califican de alcahuetas de los habitantes de calle.

“Cuando eso pasa, a mí me duele mucho (se le quiebra la voz). La gente responde desde la comodidad de la casa. Pero no saben lo que es pasar una noche de lluvia buscando dónde dormir y después de encontrar el sitio, que un vigilante lo patee a uno. O tampoco saben que es estar enfermo, llamar al 123 por atención médica y que la demoren por ser habitante de calle”, comentó el vocero.

Leguizamón señaló que, si bien para la gente los habitantes de calle son un montón de drogadictos, en sus cómputos aparece que solo el 10% de ellos está en dicha situación por el consumo de drogas. El otro 90% llega por otros motivos como el desempleo, las deudas, duelos amorosos. Incluso hay otros que caen porque vienen a Medellín creyendo que acá hay un montón de trabajo, pero se estrellan con la realidad y terminan enganchados en ese mundo que hoy se extiende por una cuadra en la que comparten piso con desechos, cachivaches, restos de comida que son vendidos, y drogas, demasiadas drogas de todos los tipos.

“¿Ustedes creen que uno se mete acá para poder consumir bazuco? ¡Oiga! Antes consumimos para poder soportar estar acá” resumió Johnatan.

Por ahora, la labor humanitaria de los aguapaneleros está detenida mientras logran conseguir los $30 millones que pueden parecer poco o mucho, pero que son todo lo que por ahora necesitan para darle un poco del calor humano que tanto les hace falta a los habitantes de calle. Crea amable lector que ese ‘poquito’ que usted pueda donar servirá mucho para que tal vez por otros 34 años se pueda seguir salvando habitantes de calle.

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