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La historia de Sigifredo, uno de los últimos maestros talladores de Medellín

Este arte estaría cerca de desaparecer, pues en la ciudad quedarían apenas 10 maestros. Esta es la historia de uno.

  • El maestro Sigifredo Cardona repasa los acabados de la talla hecha en una obra. FOTO Julio Herrera
    El maestro Sigifredo Cardona repasa los acabados de la talla hecha en una obra. FOTO Julio Herrera
  • El tallador Sigifredo Cardona en su taller. FOTO: JULIO CÉSAR HERRERA
    El tallador Sigifredo Cardona en su taller. FOTO: JULIO CÉSAR HERRERA
05 de julio de 2025
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En una de las calles del barrio Prado, en el centro de Medellín, se esconde uno de los secretos mejor guardados del arte de la ciudad. Detrás de una casa de fachada gris se sigue haciendo el esfuerzo de mantener viva una tradición artística que todavía descresta: la talla de madera.

Un sencillo pendón en el antejardín de la calle 66 –y en el que se ofrecen tallas en madera para camas, consolas, relojes, joyeros, percheros y salas– habla con modestia de las artesanías ofrecidas. Sin embargo, al entrar al taller el visitante se topa con marcos, bases de camas, sillas y taburetes adornados con formas y figuras tan delicadas, pero tan vibrantes, que resultan en una desafiante contestación a la actual moda de muebles que “apuesta” por diseños sosos, planos y sin alma.

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El dueño del taller y el artífice de estas genialidades es Sigifredo de Jesús Cardona Tabares, un hombre menudo –por algo le dicen “El Chiqui”– cuyo acento de paisa de pura cepa delata su origen en el municipio de Hispania, pese a que lleve casi toda su vida en la ciudad.

Sigifredo es un hombre modesto que reconoce con humildad que tal vez sea uno de los últimos maestros de la talla de madera que quedan vivos en la ciudad.

Cabe mencionar que Sigifredo contó que –según la historia que él conoce– el mueble colonial se ha mantenido en la ciudad desde la época de la conquista con la llegada de estos primeros elementos desde España. Ya en la década de 1960 llegó a la ciudad el francés René Chardón, al parecer, traído por la familia De Bedout para tallar los muebles de una casona de esta familia en el oriente de la ciudad. Chardón trajo estos estilos básicos que por su belleza ganaron popularidad, lo que hizo que los talladores locales –que en esa época eran más de 400– los replicaran.

Aunque no lo parezca, pues mantiene un vigor y una memoria excepcional, Sigifredo ya es un septuagenario. Para contarnos su historia se devuelve un poco en el tiempo, en esa época en la que demostró su valía como tallador tras graduarse del Sena habiendo hecho un butaco romano.

“Yo estaba haciendo el bachillerato nocturno, cuando el profe me dijo que como yo no tenía cómo costearme una carrera él me recomendaba que me dedicara a un oficio. Entonces recuerdo que en ese tiempo el Sena ofrecía unos programas con los que capacitaban en varios oficios, entre ellos la talla de madera y la ebanistería. Yo elegí la talla y me hice el curso y ya luego decidí dedicarme a vivir de la talla”, recordó.

Tras culminar sus estudios, buscó trabajo como ayudante –y así terminarse de formar– en los mejores talleres de talla de la ciudad, que en ese entonces estaban dispersos por el barrio Cristo Rey o por la zona de la carrera Cúcuta donde la industria del mueble clásico mandaba la parada.

El tallador Sigifredo Cardona en su taller. FOTO: JULIO CÉSAR HERRERA
El tallador Sigifredo Cardona en su taller. FOTO: JULIO CÉSAR HERRERA

“Yo en esa época, cuando tenía como 16 años, vivía en Villa del Socorro y de ahí salía a ofrecerme a los talleres de los maestros que tenían renombre. Busqué donde Hernando Espinosa, un pereirano muy hábil; luego fui a donde Darío Duque; luego donde Cristóbal Ramírez; luego en los talleres de Lisandro y Luis F. Taborda. Mi idea era tratar día a día de mejorar y evolucionar mi trabajo”, añadió.

El primer empleo como ayudante que consiguió Sigifredo fue en 1972 junto a Espinoza, a quien convenció de sus habilidades luego de explicar que, pese a su juventud, ya sabía afilar las herramientas así como hacer molduras y volutas para las tallas, que son los avances iniciales.

Con el tiempo se dio a conocer y los demás talleres comenzaron a pujar por quedarse con el gran talento de este tallador.

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“Como era activo, rápido y piloso fui cogiendo cierta famita y en los demás talleres me empezaban a ofrecer más plata por mi trabajo. El primer sueldo mío fue de $80 pesos semanales. Entonces me preguntaban : ‘ve, cuánto te estás ganando que yo te ofrezco $100 pesos’. Luego al tiempo en otro taller me decían, ‘venite que te doy $120’. Más adelante, otro ofrecía $150. Entonces ahí me fui escalando posiciones en la talla y en los talleres”, recordó.

Desde hace 30 años Sigifredo, ya todo un maestro de la talla de madera, decidió dar el salto y montar su propio taller en Caicedo La Toma. Jocosamente se “arrepiente” de haber dejado de ser un simple tallador para ser maestro, pues según él “es mejor ser obrero porque uno trabaja la semana y para el sábado ya se sienta a esperar el jornal. En cambio, uno como maestro es al que le toca sacar el billete mientras los demás esperan sentados”.

Sigifredo se lamenta de que así como ocurrió a finales de los 60s, actualmente hay un largo “receso” que ya ajustó 15 años en el que las tallas de madera están de capa caída por supuestamente estar “fuera de moda”.

“Hoy en día los que venden los muebles son decoradores y ellos quieren vender rápido. Entonces, por un lado dicen que ya no hay quién haga tallas y encima dicen que lo que está de moda son los aglomerados o el MDF, que madera-madera no son y que cualquier cosa los daña. Y encima no se dejan tallar con buen relieve”, añadió.

Comentó que él se ha mantenido a “salvo” de la crisis, pues mucha gente conoce la calidad de su trabajo y todavía lo buscan ya sea para replicar algún diseño que vieron en internet o para que este maestro les interprete lo que quieren que se plasme en maderas como el cedro, el roble y el laurel.

Además, Sigifredo también cubre otra línea. “Le trabajamos a una iglesia de Santa Fe de Antioquia y a otra de Copacabana. Actualmente estoy trabajando en el altar de la virgen de La Milagrosa, una de las imágenes principales de la parroquia de La Milagrosa”.

Por último, el maestro tiene un alivio, pero también una preocupación. El alivio es porque sabe que ningún mal dura cien años, y el “receso” de las tallas estaría pronto a terminar tal vez por el hartazgo de la gente ante los diseños planos.

Pero su preocupación está en que ya quedan pocas manos dispuestas a dedicarse al intrincado arte de la talla de madera y el relevo generacional no se ve, pues los jóvenes tienen otra mentalidad. De hecho, ni siquiera entre sus ocho herederos hay un relevo asegurado.

“Hoy en día, viejos maestros ya no hay. Y ya hoy que hagamos un trabajo muy bueno en la talla –modestia aparte– tal vez quedemos entre cinco o diez. Tal vez en una década ya no haya quién se le mida a esto. A mí me dan muchas ganas de montar un grupo de alumnos, pero si me sobrara gente para enseñarles, ya no podría producir. Pero, si hay un resurgir del mueble de estilo, eso seguro mueve otras industrias. Y si no nos ponemos las pilas, no habrá gente para que haga el trabajo”, se lamentó.

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