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Los ucranianos, fanatizados quizá por sus dirigentes, se metieron en una guerra en calidad de peones de un juego de ajedrez donde las piezas mayores se cobraban cuentas viejas.
Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com
Estación Laboratorio, a la que llegan mercenarios de distintas hablas y precios, chechenos barbudos y con el Corán en la mochila, soldados del ejército regular ruso con sus tanques marcados con una Z, gente del batallón Azov (que sí resultó siendo nazi), vividores de las ONGs de paz (que necesitan conflictos para seguir funcionando), informaciones como Mamushkas (una dentro de otra y distintas), gente que se pega a los ejércitos pues algo queda después de la batalla, compañías de abastecimiento de armas y municiones, expertos en logísticas fallidas, comentaristas que hacen parte de la propaganda, analistas de guerras de video juego, saqueadores de arsenales que trafican con parte del armamento recibido, muchachos asustados que le huyen al reclute, mamás que lloran, refugiados sin saber qué camino tomar, noticias que dan extras de cosas que no pasan. Como en el libro Celedonió Mogollón por siempre (de Antonio Saúl Cardona Castrillón), por las tierras de Ucrania la corrida se hace mal y algunos aplauden y otros se esconden, la jurisprudencia es de caricatura y no faltan los resucitadores de muertos.
Lo de Aguanta Ucrania, que seguro los ucranianos no entendieron bien porque la pequeña frase estaba en español y si la tradujeron falta saber qué significa aguanta entre ellos, se ha convertido en una derrota. Y no solo de Zelenski sino también de la Otan, que debe estar desesperada porque allí no saben quién va a correr con las deudas adquiridas por el gobierno ucraniano y el medio país que le queda. Y para saber que la gente de Ucrania (matadora de judíos en los viejos tiempos) está derrotada, no hay que ser pro-ruso. Los ucranianos, fanatizados quizá por sus dirigentes, se metieron en una guerra en calidad de peones de un juego de ajedrez donde las piezas mayores se cobraban cuentas viejas. Y las cuentas no salieron.
En esta guerra, en la que las sanciones contra el extraño mundo de Putin funcionaron mal, se hizo primero una promoción de armas (toda guerra es una feria), luego una de grupos armados que reemplazan ejércitos y después otra de una batalla tras otra (con mentiras) en las redes, y ahora una caída que la lógica preveía, pero no la propaganda enloquecida. Y bueno, quedan deudas, ciudades destruidas, pactos por debajo para proveer de combustible y gas, la vega del Niéper en poder de los rusos, al igual que las minas del Dombáss. Y así se patalee, se hable de traiciones o de que Ucrania renacerá de las cenizas como el ave Fénix, lo cierto es que los ucranianos, usados, no aguantaron.
Acotación: las guerras menores son laboratorios de las grandes potencias. En ellas se miran al detalle, capturan armas para ver cómo están hechas, prueban tácticas y, como pasa con Ucrania, también se enredan y salen apaleados. Les queda el tango Los mareados (que antes se llamó Clarita), de Juan Carlos Cobián.