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Sobre El mundo de ayer, de Stefan Zweig

Parece existir una curiosidad nostálgica por aquella Europa erudita y burguesa, con sus teatros, óperas y chalets en los Alpes, la cual, aunque no lo comprendamos completamente, moldeó nuestro presente.

21 de enero de 2024
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  • Sobre El mundo de ayer, de Stefan Zweig
  • Sobre El mundo de ayer, de Stefan Zweig

Por David González Escobar - davidgonzalesescobar@gmail.com

En 1924, hace 100 años, murió Lenin, padre de la Unión Soviética, cambiando el rumbo de Europa con la consolidación de Stalin en el poder. París, mientras tanto, vivía el esplendor de los artistas de la “Generación Perdida”, habitada por Hemingway, Fitzgerald, Picasso, Joyce, Stein, Le Corbusier, Stravinsky, Coco Chanel y muchos personajes más.

También en 1924, un tipo llamado Adolf Hitler fue condenado a cinco años de cárcel por su participación en el Putsch, un fallido golpe de Estado en Múnich. El mismo año, Edward Hubble descubría por primera vez estrellas en la Nebulosa de Andrómeda, revelando así que la Vía Láctea no estaba sola. Ibn Saud, fundador de Arabia Saudita, conquistaba La Meca, sin anticipar que reservas de petróleo aún no descubiertas asegurarían la permanencia de su descendencia en el poder durante más de un siglo. Mientras tanto, en la India, un tal Mahatma Gandhi era liberado de prisión por el Imperio Británico.

También hace un siglo, Stefan Zweig, un autor nacido en el ya extinto Imperio Austro-Húngaro, vivía el máximo apogeo de su carrera literaria, destacándose como uno de los escritores más traducidos y leídos a nivel mundial.

Dieciocho años después, en medio del presente turbulento que ya se gestaba en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, escribiría El mundo de ayer, sus memorias, donde plasmaría la transformación del mundo desde la época de estabilidad que experimentó en su infancia en Viena, durante los últimos años de esplendor de los Habsburgo, hasta el caos que trajeron consigo los años de guerras subsiguientes. En ese periodo, siendo judío, se vio sin nacionalidad, borrado por completo de una nación germánica que alguna vez lo había admirado. Exiliado en Brasil, Zweig optó por quitarse la vida el día siguiente de haber enviado el manuscrito del libro.

No estoy seguro de si me gusta la forma en que escribe Zweig, con su estilo simple pero pretencioso, a veces soso y lleno de lugares comunes, una crítica compartida por muchos escritores contemporáneos. De alguna manera, Zweig se asemeja a una versión de principios del siglo XX de aquellos escritores algo tediosos especializados en explotar temáticas para best sellers.

Sin embargo, parado un siglo después, me fascina leerlo. Las temáticas que podrían haberles parecido innecesariamente pretenciosas a los autores europeos de la década de 1920, hoy, al leer a Zweig, se convierten en una puerta de escape a un verdadero mundo de ayer. En sus memorias, al igual que en otros de sus escritos, es posible adentrarse en aquella Mitteleuropa que fungió como la capital cultural del mundo, así como en el idealismo europeo que eventualmente desembocó en todos los acontecimientos lamentables que continuamos estudiando en los libros de historia.

Quizá sea esta la razón por la cual, en los últimos años, la popularidad de Zweig ha resurgido en Occidente: parece existir una curiosidad nostálgica por aquella Europa erudita y burguesa, con sus teatros, óperas y chalets en los Alpes, la cual, aunque no lo comprendamos completamente, moldeó nuestro presente.

Las memorias de Zweig responden, quizá mejor que ningún otro libro, a la pregunta de por qué estalló en Europa lo que entonces se denominó la “Gran Guerra”. Por esta razón, especialmente, lo recomiendo.

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