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Sobre el

lenguaje político

Las discusiones políticas se perciben como una especie de gallera abundante en gritos, dedos índices en el aire y apoyo de barras que ya se parecen a las bravas de los estadios.

18 de noviembre de 2023
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  • Sobre el lenguaje político

Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com

Estación Semiología (estudio de las señales), a la que llegan difamadores de lengua larga, buscadores de citas de la Biblia para justificar acciones, escrutadores de revistas viejas y de periódicos que buscan acusaciones olvidadas, derrotados que exigen reconteo de votos y tienen en la boca la palabra fraude, señaladores de corruptos (que son muchos, menos ellos), insultadores alebrestados que más parece que mordieran, cínicos que revuelven los hechos y no se inmutan, cambiadores de conceptos a su amaño (éticas particulares), obsesivos que no paran de nombrar con la misma palabra al otro (la peor que tienen), negadores de toda evidencia que alegan persecuciones, promotores de levantamientos, abandonadores (valga la palabra) del recinto, en fin, las discusiones políticas se han ido convirtiendo en una especie de circo donde en lugar de propuestas se atacan unos a otros, se insultan y, bueno, lo que debió ser una sesión para el progreso del país, se percibe como una especie de gallera abundante en gritos, dedos índices en el aire y apoyo de barras que ya se parecen a las bravas de los estadios.

La discusión política, desde Cicerón (hay que leer Las catilinarias) y Catón (empecinado en destruir a Cartago), ha contado con el cinismo, la burla, la farsa, la defensa de intereses particulares y la retórica, a veces torpe, pero también inteligente. O sea que lo que hoy sucede no es cosa rara ni nueva. Y todo se debería a la emotividad mediterránea y, por estos lados a la tropical, eso se dice. Pero hoy en día la narrativa (el discurso), ha aumentado de volumen y lo que se discute ya no es por el bien del país y los ciudadanos, sino por el poder mismo. Y se podría hablar de ideologías, pero estas ya no son claras (el referente teórico se ha perdido) y lo que hay es un desorden donde abundan odios y disparates.

Ver a los españoles discutiendo (cada uno envilece la corrida y aplica su estocada), a Milei como un Quijote inundado de libros de economía libertaria arremetiendo contra todo, a Trump gritando que hará un nuevo país burlando jueces, a los de OTAN enfermando a Putin, a ministros ultra religiosos proponiendo una bomba atómica contra el vecindario, en fin, pura política de la palabrería y las redes ardiendo emocionadas, pues no hay día en que no anuncien lo diabólico, la recesión, la guerra nuclear etc. Todo es fuego sobre Sodoma y ese calor del infierno sale de la boca de los políticos que, como en las novelas de Faulkner, queman heniles para culpar al otro.

Acotación: la política, que consiste en cuidar del otro, ya es una algarabía contra el otro. Y esto deprime al ciudadano, enrarece la economía y destruye el sentido del saber gobernar, pues quien llega al poder es más lo que se cuida que lo que hace. Si es que hace.

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