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Escribo esta columna antes de conocer los desarrollos finales del paro del día de ayer. Espero que haya triunfado la razón, la cordura, el respeto al juego democrático. Expresaré mis percepciones, acompañadas del anhelo por el cambio constructivo con racionalidad y en paz.
Ya se ha hecho costumbre entre nosotros buscar exclusivamente nuestros derechos, desconociendo los del otro, en el marco de obligaciones recíprocas. En ese entorno, han sido más las voces que proponen la descalificación del otro y la confrontación violenta, que aquellas que llaman a la racionalidad y al buen juicio. Calificarnos como una sociedad criminal; ver en la marcha una amenaza comunista; anunciar la conformación de grupos antidisturbios ilegales para suplantar las estructuras legítimas del Estado y apoyarnos en amenazas de fuerza, pueden ser acciones disuasivas, pero son, ante todo, actitudes provocadoras y miopes, sintomáticas de una misma enfermedad social.
El gobierno hizo un buen esfuerzo llamando a la cordura, garantizando el derecho constitucional a la protesta pacífica y aclarando que las motivaciones más sonadas en redes sociales para llamar a la marcha estaban fundamentadas en la mentira y la presunción, antes que en hechos reales. El presidente y algunos de sus ministros salieron a los medios para aclarar los aspectos más difundidos. Unidades del Ejército Nacional salieron para acompañar a la Policía en sus funciones de patrullaje. Todo ello positivo y necesario, pero no suficiente. La marcha hay que verla como la expresión de una realidad más importante y compleja.
Lo sucedido ayer no obedeció a un movimiento sincronizado y cuidadosamente planificado desde el exterior. No fue un intento de golpe de Estado ni producto exclusivo de la insatisfacción con las decisiones del actual gobierno. Obedeció a las realidades que nos aquejan, muchas estructurales, que no son muy distantes a las que agobian a otros países de Latinoamérica. Ciertamente, la fiebre no está en las sábanas.
Existen factores comunes en Latinoamérica que explican la protesta, mas no la violencia. A lo largo de la región encontramos democracias subdesarrolladas, inequidad, corrupción, narcotráfico, violencia e injusticia social. Otros problemas son de nuestra propia cosecha, como la lentitud en el cumplimiento de lo pactado en el acuerdo de paz, la necesidad urgente de la reforma rural, la muerte de líderes sociales y defensores de derechos humanos, el fortalecimiento del ELN, la acción de carteles mexicanos que incentiva el narcotráfico, y el efecto de las migraciones venezolanas sobre el empleo y la seguridad.
Nuestra realidad clama la necesidad de un pacto real por Colombia, superando la actual retórica, encaminado a dar respuesta efectiva a nuestros problemas estructurales. Se necesita convocar a todas las fuerzas vivas del país. Rodrigo Uprimny advierte en una de sus columnas que la polarización está envenenando nuestra precaria democracia y propone los diálogos entre improbables, usando la expresión del profesor Paul Lederach, para construir respeto y tolerancia entre personas y grupos con visiones del mundo distintas. Sería el comienzo para la construcción de un propósito nacional.
El padre Francisco De Roux nos dice: llegó la hora de escucharnos, de dialogar y de encontrar acuerdos que permitan cumplir la promesa de paz con verdad plena. Ojalá lo que estamos viendo sea réplica tardía de la década de la utopía que vivió parte del mundo en la década 60 del siglo pasado.
*Miembro de La Paz Querida