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Me preguntaron el otro día cómo y cuándo me involucré en innovación. Hablamos un poco sobre mi trayectoria y cómo eso influyó en lo que hago hoy. Fuimos más atrás y hablamos de los países y ciudades en las que viví, la educación secundaria y los deportes, claramente muy importantes. Pero acabé retrocediendo aún más en el tiempo hasta cuando era un niño y empezó mi interés por cocinar. Entonces, comencé a pensar en la influencia que eso ha tenido en mí, pero también en esos elementos que sí creo estar vinculados a la innovación.
He frecuentado cocinas desde que tengo uso de razón. He estado lavando platos y sazonando comida desde los 5 años. A esa edad, supongo que también era una forma de pasar más tiempo con mi madre. Mi padre trató un par de veces de atraer mi interés para trabajar con otro tipo de herramientas. Pero rápidamente se dio cuenta que yo ni estaba interesado ni era bueno para eso. Soy una de esas personas que probablemente haga 2 o 3 huecos en la pared para colgar un cuadro. Entonces, regresé a la cocina con mi madre. Rápidamente aprendí con ella la diferencia entre cocinar para el día-a-día o cocinar con más tiempo para momentos especiales; y que no había ninguna razón para que los dos no fueran igualmente deliciosos. Fueron momentos muy bonitos y era una de las muchas maneras en que ella demostraba su amor por las personas. Una frase que me impactó mucho fue “cocinar es un regalo sobre todo porque significa que tenemos el privilegio de comer”. Aún hoy, cuando regreso a casa, es allí donde nos sentimos más conectados.
Sin embargo, fue durante mis primeros veranos en casa de mi abuela en que exploré sabores muy diferentes de ese arte. Era una finca en un pueblo chiquito de Portugal y la mayor parte del tiempo me paseaba solo, trepaba a los árboles o montaba en bicicleta. Pero cuando llegaba la hora de comer, me acercaba a la cocina y perseguía a Tété, la señora que trabajaba en la casa de mi abuela. Recuerdo la riqueza de los ingredientes y, como muchos venían de la finca, de ir con ella a recogerlos. Recuerdo mucho la agilidad y cómo hacía que todo pareciera sin esfuerzo, su sencillez, la generosidad con el conocimiento y su amabilidad con los errores que yo cometía. Le pregunté alguna vez cómo se volvió tan extraordinaria en lo que hacía: me dijo “fácil, décadas de práctica y aprendizaje rápido de los errores”.
En este recuento hay varios elementos y mensajes que considero claves para la innovación (y claro, otras capacidades): hacer lo que más nos gusta; aprovechar nuestros puntos fuertes; intentar aplicar siempre el mejor esfuerzo; no tener miedo de experimentar; aprender de los errores; ser generoso con el tiempo y conocimiento; y crear valor y servir a los demás. La innovación, como muchas otras capacidades, se debe desarrollar -ojalá desde edades tempranas- desde la mezcla de diferentes áreas de conocimiento, técnicas y sobre todo de aplicarla para no caer en el riesgo de ser solo una herramienta mas