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Columnistas | PUBLICADO EL 27 julio 2020

PROHIBIDO HABLAR COMO LA GENTE

Por juan josé garcía posadajuanjogp@une.net.co

El culto a la personalidad, característico de los regímenes totalitarios, se esconde en la vocación de censura que demuestran los que no pueden admitir que un funcionario se exprese con modismos, aforismos y vocablos propios del habla popular. Exigen que los gobernantes aparezcan y se le acerquen a la gente, pero los demonizan si se les escapan expresiones coloquiales que afectarían la ceremoniosidad del discurso oficial, que ha sido tan común en líderes como Stalin, Hitler, los norcoreanos y los chinos.

Al Alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina, están cayéndole encima porque utilizó el refrán “tras de cotudo hinchao”, que seguro ningún ciudadano común y corriente desconoce. Al anterior Alcalde de Bucaramanga le reprochaban que utilizara un lenguaje muy popular, a veces hasta grosero, para hablar de los asuntos públicos. Es que para sus detractores, amparados en la tradición despótica de la veneración a los mandamases del poder, la autoridad tiene que hablar con formalismos y protocolos rígidos, sin los cuales descendería del pedestal. Dejaría de ser estatua monumental para convertirse en persona de carne y hueso que puede andar por las calles y separarse de la ostentosa y desafiante comitiva de motos y limusinas.

Al líder, sea cual fuere el gobierno despótico, se le demanda que empatice con los ciudadanos, pero se le censura si esa cercanía la busca mediante lo esencial que es el uso de la palabra. Tremenda contradicción, esa de los idólatras de las figuras mayestáticas expuestas en plazas públicas y avenidas para la veneración de los transeúntes y la curiosidad de los turistas. Ese es el porqué de la curiosa indignación de los que le exigen al Presidente Duque unas disculpas urbi et orbi porque aludió a “esa vieja”. Semejante insulto ha sido nuevo motivo para aumentar los argumentos de una oposición implacable, que rara vez apela a la fuerza de la razón para justificar los excesos de sectarismo y la ardentía desaforada en la crítica.

La mentalidad totalitaria siempre ha marcado una franja divisoria ancha y honda entre los líderes, caudillos, tiranos o como se les llame y el pueblo al que mantienen sojuzgado. El culto a la personalidad impone la exclusión del lenguaje popular, fuente de identidad cultural. Del lenguaje común e informal, que usa la gente para relacionarse en la vida diaria, sin pedirle permiso al Alcalde, al Gobernador o al Presidente. Ese es el más insólito contrasentido de las ideologías autocráticas pero maquilladas con artificios demagógicos y propagandísticos. Al personaje público se le prohíbe salirse de la dimensión sobrehumana que le atribuyen los cultores y adoradores, incluso si ese personaje público no es de su misma filiación: Está investido de dones superiores que le impiden, le censuran hablar como la gente .

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