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Columnistas | PUBLICADO EL 04 mayo 2021

Por David E. Santos Gómez

davidsantos82@hotmail.com

El 2 de mayo del 2011, en lo que hoy parece una fecha de otro mundo y otra época, un comando del Ejército estadounidense mató a Osama Bin Laden en una casa fortaleza en las montañas de Pakistán. El fin del líder de Al Qaeda, pero sobre todo el anuncio formal realizado desde la Casa Blanca por el entonces presidente Barack Obama, se ofreció como el cierre de un círculo sangriento de búsqueda y caza del responsable del 11 de septiembre, el atentado que transformó la geopolítica contemporánea y dio inicio al siglo XXI.

Diez años han pasado desde la muerte de Bin Laden y veinte desde la caída de las Torres Gemelas -y el golpe al Pentágono y el avión estrellado en las planicies de Pensilvania- y Estados Unidos aún busca la forma de sacudirse de su pesadilla. Su reacción, desordenada y desproporcionada, primero en Afganistán con el apoyo del mundo entero y luego en Irak en contravía de la comunidad internacional; tuvieron un efecto catastrófico sobre el sistema político multilateral y generaron un repliegue hacía distintos tipos de nacionalismos.

Lo que parecía hasta el fin del siglo pasado una cierta aceptación del valor del consenso en las relaciones internacionales, fue borrado de tajo por el gobierno de George W. Bush, y ha sido imposible de recuperar por aquellos que le siguieron en el Salón Oval. La voz de Washington es no solo confusa sino acusada de hipócrita, y su recomposición tardará varias décadas, si es que en algún momento se consigue. El presidente Joe Biden parece ir por buen camino, o al menos entiende la envergadura del reto, pero se necesitará mucho más que buenos deseos para recuperar lo que la potencia perdió por su violencia y su prepotencia.

Ahora, con la distancia que dan los años, resulta evidente que la muerte de Bin Laden tuvo un efecto limitado a las fronteras estadounidenses, ansiosas de venganza, y no mucho más allá. El desmadre geopolítico causado por las guerras siguientes al atentado de Al Qaeda y el nuevo discurso que incluía en su lenguaje listados del “eje del mal”, “guerras preventivas” y “armas de destrucción masiva (inexistentes)”, nos devolvió a una bipolaridad rancia y prejuiciosa. Aquella que cree que el mundo se divide en buenos y malos y en la que los buenos son siempre ellos

David E. Santos Gómez

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