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Columnistas | PUBLICADO EL 08 febrero 2020

Nosotros

Por JULIÁN POSADAprimiziasuper@hotmail.com

Comer es un acto profundamente político, lo que consumimos es hoy más que siempre una declaración de amor acerca de nuestros principios y de nuestro compromiso con la naturaleza y con esa casa llamada cuerpo que tanto agredimos; las huertas urbanas, el kilómetro cero, la pluricultura alimentaria o el consumo de ciertos alimentos son pronunciamientos y posturas acerca de una cierta manera de entender el mundo que espera encontrar mayores audiencias, pero lo son también la siesta y su importancia reparadora o la idea de hacer una pausa para convocar alrededor de la mesa. Alimentarnos y conversar mientras lo hacemos son rituales hermosos, los olores y el sabor que producen los ingredientes cuando se honran, invitan y evocan a alguien, algún momento, gustos o disgustos, el amanecer, la puesta de sol, las palabras, la familia o los amigos, compartir la hogaza de pan, los restos o la última cucharada nos transforma, alrededor de la mesa o del improvisado comedor tejemos muchos de nuestros hábitos, construimos valores, nos hacemos clan o familia y aprendemos a vivir y convivir. Somos las sobras del plato que limpiamos con las migajas de pan, somos cada grano del arroz ingerido, somos lo que la boca calla y lo que sólo ella sabe, somos el fruto de ese calor que el horno materno cocinó a fuego lento durante tantos años, porque el fuego transforma y también purifica.

Nada más bello que una mesa abundante a la espera de ser consumida, y no me refiero solo a los alimentos, pienso sobre todo en los convocados, bien decía Cicerón que “el placer de los banquetes debe medirse no por la abundancia de los manjares, sino por la reunión de los amigos” y por su conversación agregaría yo, en la mesa construimos y firmamos los pactos, reunimos al antagonista, convocamos la historia, la fe y la discordia, exhibimos maneras, enfrentamos temores y nos miramos en el espejo de nuestras convicciones y nuestra cultura, la víctima y el verdugo se encuentran, se miran y devoran allí, cuánto afecto se esconde en el dar de comer, cuánto amor recibe el que come.

Cuántas muertes podrían evitarse si volviésemos a compartir la mesa, si regresáramos al fuego, si entendiéramos la importancia vital del momento de los alimentos, quizás la explosión de cocineros se explique en una profunda necesidad que como sociedad sentimos por sanar el alma a través de la boca, por dar amor a través de las manos que procesan y transforman, la mesa sana y también es terapia, “que tu medicina sea tu alimento, y el alimento tu medicina.” decía Hipócrates.

En la mesa muchas veces logramos convertirnos en uno, y es en esa comunión en la que nos hacemos amigos, decía George Steiner en su entrevista póstuma a Nuccio Ordine que “quizá la amistad sea más valiosa que el amor. Sostengo esta tesis porque la amistad no tiene nada del egoísmo del deseo carnal. La amistad, la auténtica amistad, se basa en un principio que Montaigne, en un intento de explicar su relación con Étienne de la Boétie, condensó en una frase bellísima: “Porque era él; porque era yo.” Seamos entonces un nosotros.

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