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Mañana, 7 de agosto, es un día fronterizo. Una frontera. Termina un gobierno y empieza otro. Se va un presidente, entra otro. Se acaba un pasado, empieza un futuro. Por eso, a la sombra de la incertidumbre, me parece que es bueno hacer una meditación sobre las fronteras.
Con la venia del lector, aduzco ahora ideas sobre el tema expresadas en otras oportunidades. Alguna vez escribí: “Los límites son un factor insustituible a la hora de asumir la identidad propia y de señalar definiciones. Definiciones que marcan fronteras dentro de los cuales no cabe sino un objeto, una persona, una realidad. Así brota la identidad, que se da en relación con el mundo exterior, con el entorno, con los seres que nos rodean, con las etapas de la vida”.
Y es que las fronteras, tanto las que fijan delimitaciones territoriales en los mapas como las que circunscriben a cada persona o cosa, unen al mismo tiempo que separan. Ahí radica su grandeza y también su carácter conflictivo. Las fronteras entre los pueblos implican un destino irremediable de unidad y contacto, y al mismo tiempo una permanente tentación de rompimiento, de separación. De guerra.
Etimológicamente, frontera viene del latín frons, frontis, que significa frente. Por eso, ser conscientes de estar metidos dentro de unos límites, más que apelar a la angustia del encerramiento y de una empalizada de limitaciones, llama a mirar al frente, a visualizar el horizonte. En este sentido, la dinámica fronteriza que tiene la vida tanto en lo personal como en lo colectivo, tanto entre individuos como entre pueblos y naciones, es una convocatoria a la comunicación, al encuentro con los demás, al pluralismo dentro de la diversidad.
La convivencia, la concordia, la paz, la armonía en todos los campos de la vida solo serán posibles en la medida en que cada uno acepte sus límites, reconozca y respete los de los demás y entienda que las fronteras se complementan y enriquecen mutuamente. En el fondo, la vida es un juego de fronteras —a menudo, un diferendo limítrofe violento— entre el yo y el otro. Así como en lo nacional y lo internacional las fronteras hacen las patrias y configuran el concierto de las naciones, en lo personal, en lo profesional, en lo colectivo, la conciencia de las fronteras es el eje de la autorrealización y, al mismo tiempo, de las relaciones interpersonales y comunitarias.
Todo es frontera. Si me angustio por mis limitaciones, acabo convirtiendo la vida en un campo de batalla. Si admito que esto que me hace único me permite también abrirme al mundo, a la realidad, a los demás —que son a su vez también —, rompo las cadenas del encerramiento egoísta y me vuelvo fecundo y positivo. Somos seres fronterizos. Es lo que, más allá de sentimientos políticos o posturas ideológicas, pienso hoy al despedir a un mandatario que no lo hizo todo tan bien como él lo predica, y al saludar a otro que apenas es un futurible y promete ríos de leche y miel. Dicho sea en esta frontera histórica del 7 de agosto, fecha en la que hace muchos años terminó un pasado y empezó el futuro de la patria