viernes
0 y 6
0 y 6
Desde el gobierno de Belisario Betancur hemos aprendido un principio: la voluntad política es el primer filtro de toda negociación. No obstante, insistimos en pensar la paz más con el deseo que con la razón.
El centro de pensamiento Insight Crime (IC) presentó “Rebeldes y paramilitares: la guerrilla colombiana en Venezuela”, una investigación que muestra cómo el ELN se convirtió en un poder armado binacional, colombovenezolano.
Entre los múltiples puntos de análisis de IC, destaco: (1) la migración de la guerra de Colombia hacia Venezuela; (2) la bipolaridad del ELN: guerrilleros aquí y paramilitares allá; (3) la relación simbiótica entre el ELN y Venezuela; (4) ni Colombia ni Venezuela “le copian” a la voluntad de Estados Unidos, y (5) la paradoja que conlleva la “paz total” para Nicolás Maduro.
Desde 1998, con la elección de Hugo Chávez, las guerrillas colombianas empezaron a trasladar el conflicto. Su presencia se disparó allí tras los Acuerdos de La Habana.
El antiguo “escondite” mutó en centro de operaciones: el ELN se dedica al tráfico de drogas, la minería ilegal, el contrabando y la extorsión en cuarenta municipios de ocho estados venezolanos (las disidencias, en once municipios de cuatro estados). El hambre les permite reclutar sin recurrir al discurso político. Como pasaba en Colombia, en comunidades desatendidas por el Estado, el ELN y las disidencias son autoridades de facto, imponen normas sociales, regulan la economía y establecen justicia paralela.
En la frontera, son aliadas políticas (ejercen presión sobre opositores) y socias comerciales de miembros del Estado venezolano. El ELN ha enfrentado a los Rastrojos, los Urabeños, las disidencias del Frente 10, al Tren de Aragua (Táchira); los “sindicatos” (bandas mineras) en Bolívar y La Zona (contrabandistas) en Zulia.
¿Y la voluntad política de Nicolás Maduro? ¿Confiar en su sinceridad ante la evidente dependencia mutua del Estado venezolano y los frentes de guerra oriental y nororiental del ELN?
Es improbable que el presidente de Venezuela reconozca públicamente su relación con el ELN. Resulta paradójico: por un lado, le conviene ser agente negociador de la “paz total” para reintegrarse a la diplomacia internacional; pero, por otro lado, una negociación con el ELN podría debilitar el régimen.
No sobra recordar que Estados Unidos guarda un as bajo la manga: declarar a Venezuela Estado protector del terrorismo, lo cual incrementaría las sanciones.
Si fracasaran las conversaciones, quedaría con una guerrilla superior a su capacidad de contención: “Incluso si Maduro se convence de que negociar la paz vuelve a ser políticamente más beneficioso que permitir la guerra, podría descubrir que la guerrilla ya está demasiado arraigada en Venezuela y que su poder ha crecido demasiado para ser controlada por él”, concluyen los investigadores del equipo de campo de IC, cuyas identidades son protegidas para no ser expulsados, perseguidos o encarcelados por las fuerzas estatales de Maduro.
En el informe, el académico Charles Larratt-Smith augura, sin deseo y con razón: “Mientras se permita al ELN operar en territorio venezolano, no habrá paz”