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El doce de febrero de 1820, en el alto de Boquerón zona rural de Yarumal, José María Córdova –el héroe olvidado por muchos– al mando de sus tropas vence las que dirigía Francisco Warleta y, con ello, cierra un capítulo crucial para la derrota definitiva de los realistas españoles quienes, tras el traspiés de Boyacá el siete de agosto de 1819, intentaban recuperar el control territorial perdido.
Ese hecho concluyente para nuestra tradición ha sido objeto de celebración este año con motivo de su segundo bicentenario; como parte de esas jornadas, el municipio de Yarumal y la Academia Antioqueña de Historia –la segunda más antigua del país y próxima a cumplir 117 años el tres de diciembre– han publicado un libro intitulado “Chorros Blancos y la Independencia de Colombia”, escrito por los historiadores miembros de número de esa entidad Orlando Montoya Moreno –abogado, odontólogo y epidemiólogo– y Mauricio Restrepo Gil –abogado y contador público–.
Una obra preciosa que, a lo largo de sus 324 páginas, en once capítulos, muestra al lector los antecedentes de la lucha por la independencia; enseña la provincia de Antioquia entre 1810 y 1820 y los avatares de la campaña libertadora. Además, recrea todo el escenario donde tuvo lugar ese importantísimo hecho histórico, su contexto, los intervinientes, su significado y, a manera de balance, “el después” y “los ecos” del mismo. También, para regocijo, se introducen cerca de setenta invaluables fotografías que ilustran el trabajo con los personajes, lugares y documentos empleados.
Un texto muy bien escrito y siempre fiel a los acontencimientos, hecho por estudiosos que, con paciencia franciscana, reconstruyen paso a paso lo sucedido; por ello, se logra transportar al lector al lugar del enfrentamiento (que bien conozco porque, cuando estudiaba en Yarumal, lo frecuentaba en paseos escolares o a raíz de actividades académicas) e invita a no olvidar y a revivir, cada día, la importancia de lo sucedido allí. La derrota de Chorros Blancos que “hizo poner a los realistas pies en polvorosa”, como dicen los autores, “fue la jornada épica que impidió los propósitos del virrey e inició una sucesión de victorias libertadoras hacia la costa Caribe, el sur de la Nueva Granada, y luego hacia Ecuador, Perú y Bolivia” (páginas 217 y 253).
Desde luego, como aquí se quiere resaltar la tarea de esos magníficos historiadores, debe destacarse otro trabajo de Montoya Moreno, intitulado “Momentos de la Academia Antioqueña de Historia”, publicado hace pocos meses por ese ente que –a lo largo de sus 586 páginas, llenas de imágenes, datos y cuadros precisos–, hace un recorrido por toda su evolución. Ese, dígase con claridad, es otro texto pulcro que –tras recoger investigaciones previas– ayuda al lector a adentrarse en todos los vericuetos atinentes a la gestación, desarrollo y consolidación de esa muy valiosa institución.
Así las cosas, de plácemes deben estar los creadores de esas obras pero también los directivos y miembros de la Academia, los amantes de esa disciplina y todos los antioqueños, porque gracias a la labor de semejantes pioneros será posible recuperar nuestra memoria y no terminar en el olvido. Hoy, pues, ese ente y Chorros Blancos vuelven a la mente y, ojalá, esa semilla que ha dado importantísimos frutos sirva para que las nuevas generaciones conozcan su origen y lo ayuden a proyectarse hacia el porvenir.
En fin, como tantas veces se ha repetido, los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla; una frase célebre atribuida a Karl Marx –cuya autoría se pierde en la historia de los tiempos–, que hoy adquiere importancia mayúscula cuando se piensa en una batalla memorable que ayudó a sellar la independencia de Antioquia, Colombia y parte del continente, y que estos ilustres cronistas –uno de los cuales, como buen artesano, también invita a conocer por dentro la institución editora– rescatan del olvido para que los recuerdos nunca se borren.