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El rey de Bangu

15 de marzo de 2025
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  • El rey de Bangu
  • El rey de Bangu

Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com

Lo que logró como futbolista en sus mas de 20 años de carrera el mundo nunca más lo volvió a ver. Fue un récord impresionante e imposible de alcanzar sin el apoyo de muchos de los grandes jugadores que lo acompañaron en cada uno de los equipos en los que fue fichado. Era encantador. El periodismo deportivo lo llenaba con halagos y reconocimientos mientras su vida personal se consolidaba como la gran vida, la soñada, por la que se esforzó sin medida en lo que mejor sabía hacer.

“El Bangu tiene a su rey”, fue uno de los titulares más modestos que le dedicó la prensa al llegar a ese equipo en Brasil. La afición deliraba con la noticia. El propietario del club, Castor Andrade, “mataría” por verlo con la camiseta puesta entregando su magia. Algo similar le había ocurrido mucho antes en tierras muy lejanas y de otro idioma. Un estadio en las que las graderías ya no dieron abasto para el público que tan solo asistía a ver un entrenamiento, sin rival, sin tiempos. No solo lo aclamaban a él, por supuesto, pero era la gran promesa. De hecho, nunca dejó de serlo.

En muchos otros estadios, los diferentes dirigentes de los varios equipos que depositaban su esperanza contratándolo quedaban aturdidos, pero con el pecho lleno de orgullo, cuando su nombre -el de la gran promesa- parecía desgarrar las gargantas de hinchas en un estado de éxtasis pasional y desbordado. Es algo que nunca se volvería a ver y no porque tras su huella faltaran leyendas con el balón, jugadores que destrozaran las más altas estadísticas en todos los aspectos posibles del fútbol. Sencillamente, eran otras épocas.

La de Bangu fue una de sus más memorables y últimas páginas escritas como futbolista. Castor en realidad sí “mataría” por el equipo. Era entonces conocido como “el hombre más peligroso de Brasil”. Las diferencias por el arbitraje era común verlo solucionarlas amablemente entrando al campo con una pistola que no disimulaba en el pantalón. Él era quien esperaba el debut del rey, un monarca que por primera vez sintió miedo.

No lo sintió aquella tarde de entrenamiento con público al que le lanzó todos los balones disponibles y el equipo solo pudo mostrar ejercicios de calistenia. Tampoco cuando pagó a grupos de hombres para hacerse pasar por hinchas que rodearan a los directivos y los ensordecieran vitoreando su nombre “Kaiser”. No tuvo temor para sobornar periodistas que inflaran sus capacidades y tampoco para llevar a sus compañeros las mejores mujeres y bebidas con total hermetismo en las concentraciones. A los mismos que lo apoyaron en sus largos periodos de lesiones. Carlos Kaiser se juró ser futbolista y jugó en promedio un partido al año, por más de 20 años. Se cumplió. “Todos los equipos a los que me uní lo celebraron dos veces: cuando me ficharon y cuando me fui” diría ya retirado.

Al entrar a la cancha, Castor le apuntaba con su mirada mortal. 2-0 perdían. Visitantes. La hinchada contraria lo maldecía y corrió hacia ellos para responderles los insultos. Expulsado. Castor va al camerino enfurecido y antes de poder gritarlo con odio el “jugador” le dice que Dios le quitó a sus padres de niño, pero lo recompensó con él ahora y no podía quedarse callado sin defender el honor del equipo y de su nuevo padre. La mirada cambia, le dobla el sueldo y le extiende el contrato. Su mejor jugada nunca fue un gol, sino el engaño. Piensa en esto: ¿Cuantos Kaiser pueden estar rodeándote en estos momentos?

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