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¿A qué lugares vamos? ¿Qué ritos atendemos? ¿En qué creemos y por qué? ¿A quién le rendimos pleitesía? Me temo que nos atan otro tipo de cuerdas.
Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo
Estaba de pie en una playa solitaria frente a un mar que no conocía. Quería meterme a nadar. Dudé porque siempre me dijeron que uno jamás debe meterse en aguas que no conoce. El sol andaba alto en el cielo; las gotas de sudor rodaban por mi espalda. Ahí fue cuando vi a la niña caminando hacia mí. Noté que era de la zona por la seguridad con la que caminaba, descalza, sobre la arena caliente. Le pregunté cuál era la mejor hora para bañarse en el mar. Ella me miró con la cara con la que se mira a la gente que hace preguntas ridículas y contestó: «La mejor hora para bañarse es cuando uno tiene calor». Me quedé pensando que la mayoría de los días yo me baño porque es hora de hacerlo, no porque tenga calor. Y almuerzo porque es hora de almorzar y no necesariamente porque tenga hambre. Y así. «Algún día, algún erudito reconocerá en el reloj la máquina que ha domesticado a los salvajes», escribió Coetzee. Asistimos a nuestra propia domesticación y ni siquiera nos hemos dado cuenta.
Hace años vi la siguiente imagen: un burro está amarrado a un silla plástica, tan endeble que hasta un niño pequeño podría moverla. Sin embargo, el burro no lo hace y se queda, inmóvil, a pleno sol, quién sabe cuánto tiempo, esperando a que su amo regrese y lo desate. La recordé hace poco cuando vi un video aún más impactante: una mujer se acerca a su caballo y le pone el cabestro con la misma meticulosidad de siempre. Luego toma la cuerda entre las manos y la jala un poco para que el animal eche a andar a su lado. A veces ella apura el paso y él lo apura. A veces se detiene y él se detiene. El animal sabe que debe caminar al mismo ritmo de su cuidadora porque la cuerda generalmente no es muy larga y quiere evitar tirones. A simple vista parece una escena normal, pero no lo es por una razón bastante sencilla: la cuerda que ata al caballo es imaginaria. La mujer siguió la misma rutina de todos los días para sacar a pasear al caballo, pero esta vez ella no tenía ninguna cuerda, tan solo actuó como si la tuviera.
Los comentarios al video evidenciaban el impacto de la gente, incapaz de entender cómo el caballo no se daba cuenta. Cuántas cosas hacemos en nuestra vida diaria porque nos dijeron que había que hacerlas ¿A qué lugares vamos? ¿Qué ritos atendemos? ¿En qué creemos y por qué? ¿A quién le rendimos pleitesía? Me temo que somos ese caballo muchas más veces de las que quisiéramos aceptar. Nos atan otro tipo de cuerdas.
Con una pizca de consciencia podríamos hacer algo para dejar de actuar como autómatas y tomar las riendas de nuestro propio destino. Como en la novela de Mario Levrero, La máquina de pensar en Gladys, cuando Carlitos le pregunta a su abuelo:
—¿Por qué están parados los relojes?
—Para que no pase el tiempo.
—¿Y por qué están parados a las tres y veinticinco?
—Porque a las tres y media mueren los viejos. .