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Columnistas | PUBLICADO EL 09 enero 2022

La regulación de las drogas

Por Rafael Pardo redaccion@elcolombiano.com.co

Holanda lleva cinco décadas mal contadas en el camino de regular las drogas “suaves o blandas”. Tiene su origen en el año 1976, cuando revisaron la convención sobre el opio firmada en 1919 (Opium Act). Hasta entonces no se distinguía entre las diferentes clases de drogas. Y aún cuando en la revisión realizada en 1976 se mantuvo la prohibición total de la siembra, distribución, venta y consumo de las drogas, a su turno, se introdujo la diferenciación entre las drogas fuertes (heroína, cocaína y drogas sintéticas como las anfetaminas y el éxtasis), las cuales pueden causar un daño profundo al ser humano y a la sociedad, y las llamadas drogas suaves, como la marihuana y el hachís.

Fue creada entonces la comisión Bass, un esquema que se utilizó en Holanda para darle pie a la regulación que adoptó el “principio de oportunidad” (expediency principle), y comenzó a aplicarse una opción discrecional que le permitía a las autoridades no iniciar un proceso judicial por razones de interés público.

El interés de Holanda en aquellos días de 1976 estaba fundamentado en que si no podía luchar contra la creciente adicción, convenía hacer la distinción entre drogas blandas y drogas fuertes pensando en que las drogas blandas iban a reemplazar, mayoritariamente, el consumo de drogas fuertes. Al mismo tiempo se establecieron centenares de centros de tratamiento al consumo de drogas de cualquier tipo. Entendieron desde el principio que la regulación no tiene posibilidades de éxito sin la atención médica integral de los adictos.

Holanda desde esa época estableció que solo se podía consumir en los famosos coffee-shops. Que tenían, y siguen teniendo, restricciones varias, como que no pueden hacer propaganda, no pueden ingresar menores de edad, la venta está limitada a 5 gramos, inventario limitado a 500 gramos, no se puede fumar marihuana fuera de las instalaciones de los coffee-shops y no pueden estar a una distancia de 300 metros de cualquier establecimiento escolar. So pena de que la autoridad, la alcaldía, cierre cualquier establecimiento que incumpla las restricciones.

Uno de los problemas que tiene el modelo holandés no es, obviamente, que el consumo de marihuana esté regulado, con las restricciones, y que no puede perseguir la policía a quien suministre marihuana. Esto lo llaman los holandeses “la puerta de adelante”. El problema está en “la de atrás”. Esto ha significado que Holanda sea el principal país del mundo que produce drogas químicas, tales como éxtasis. La regulación de las drogas blandas ha dejado el capítulo de las drogas fuerte pendiente, además de otros aspectos de la cadena en la marihuana.

Uruguay buscó regular no solo el consumo, sino la producción, distribución y venta de marihuana. En Uruguay se venden en las farmacias o droguerías. Lo mismo han aprobado en la mitad de los estados de Estados Unidos.

Y, sin embargo, el comercio legal solo representa un 50 % o un 60 %. El resto va por caminos de la ilegalidad. Tanto en Uruguay como en California se observa esa realidad.

Vale la pena examinar estos datos a la luz de nuestra realidad. Respecto a las drogas ilícitas el panorama es el siguiente: la marihuana es consumida por 640.000 personas, cifra que debe estar muy por debajo de lo que ocurre en el 2019; el 51 % quiere dejar de consumir. Todo esto sin mencionar que no tenemos política pública en salud para atender a los adictos, que la cadena en Colombia no la manejan cultivadores inocentes. (datos del Ministerio de Justicia. Encuesta sobre el consumo de drogas. 2019).

No pueden, en el debate presidencial de este año, plantear irresponsablemente la legalización de la marihuana sin tener respuestas para los problemas que Holanda, Uruguay y Estados Unidos —que nos llevan cincuenta años de ventaja en la regulación, que no legalización— no han solucionado. Eso es populismo irresponsable. Debe regular su discurso para ser creíbles 

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