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Columnistas | PUBLICADO EL 13 julio 2020

La libertad, tan propia y tan ajena

Por juan josé garcía posadajuanjogp@une.net.co

Nadie debería engañarse al aplaudir sin reservas las restricciones impuestas por las autoridades competentes y los controles y protocolos instrumentados en estos días de incertidumbre. Es obvio que debamos acatar las normas, desde las más simples como la de lavarnos las manos hasta las más exigentes. Los que las han adoptado saben por qué y para qué, no pueden estar procediendo a la topa tolondra.

Sin embargo, en forma progresiva hemos venido cediendo libertad y libertades. La ansiedad, la depresión, las nostalgias de esta larga y sombría temporada no aparecen como por ensalmo. Vienen acompañadas de la sensación muy natural de que el confinamiento es comparable a la reclusión forzada. Sí, hay que cuidarse, pero nadie nos garantiza que hacia el futuro estemos encerrándonos en el temido panóptico, donde llegue a imponerse un estado vigilante, donde un poder supremo esté siguiéndonos todos los pasos con la ayuda de una tecnología descrestadora pero irrespetuosa de los fueros individuales.

Por supuesto que no sería inteligente ni prudente incumplir todas las instrucciones que se nos dictan. Confiemos con cautela en la buena fe de los que gobiernan, así, por ejemplo, el Presidente exagere al mostrarse incómodo con la tutela de los mayores de setenta y deje la impresión de que tiene todas las facultades para poner a funcionar la aplanadora jurídicain del estado para sacarse el clavo y no dejarse ganar de unos viejitos quisquillosos.

Es grato permanecer en casa por primera vez en la vida y durante muchos días. Esta es una forma de libertad que también codiciábamos. Pero es una desgracia abstenernos de salir a recorrer nuestras rutas personales y sociales. Tantos meses sin disfrutar del aire fresco, la cordialidad de los estudiantes y colegas, los sitios habituales de reunión y de estudio en el campus universitario, es como un castigo desmesurado. No poder andar por un centro comercial acogedor para tomar tinto, ver vitrinas y actualizarse con la moda es una pena exagerada. Privarse con la familia del paisaje espléndido, el calor humano y el verde reconfortante del Quindío, es una tragedia que nunca se había previsto.

Para los paisas, que tenemos un sentimiento y un concepto de libertad entrañables, el verdadero cambio que nos espera, si llega, ha de ser el de renovar la valoración de lo que es ser libre y al menos pensar en los riesgos de que algún día aparezca el gobernante despótico obsesionado por aplicarnos un Sistema de Control Social que, mediante el pretexto de convertirnos en ciudadanos juiciosos, nos vuelva mansas y obedientes ovejas incapaces de abrir los ojos y reaccionar cuando ya todo se nos haya enajenado, hasta la esperanza de recobrar la condición humana auténtica, sin ser mejores ni peores.

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