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Milei es la excusa, y el fondo es un clamor desesperado de cambio, una necesidad apremiante de nuevos rumbos. Por eso los argentinos dijeron con contundencia no a la continuidad del peronismo y del kirchnerismo.
Por Juan David Ramírez Correa - columnasioque@gmail.com
El hecho de que Javier Milei haya ganado las elecciones presidenciales en Argentina tiene un significado que va más allá de un personaje pintoresco llegando al poder.
Milei es una consecuencia del hastío existente en Argentina con el kirchenismo y sus nefastas actuaciones que llevaron al país a una hiperinflación de tres dígitos, a una deuda externa impaga y a una pobreza rampante que alcanza el 40%.
Este viraje político se nutrió de un clamor por un cambio, el que fuera, sin importar si por medio debía llegar un personaje regido por la excentricidad y Milei sí que lo es -un freaky, dirían los gringos- un tipo lleno de ademanes y del que sale un almizcle mesiánico y rocambolesco, un ser que se rige por la agresividad verbal y una vida oscura en la que hasta unos perros dogos argentinos tienen cabida como cortesanos. Obviamente, no deja de ser inquietante ese perfil.
Ahora, vuelve y juega, Milei es la consecuencia que permite ver una realidad tozuda: los argentinos no querían más izquierda en el poder.
Ahí viene el quid del asunto. Milei es la excusa, y el fondo es un clamor desesperado de cambio, una necesidad apremiante de nuevos rumbos. Por eso los argentinos dijeron con contundencia no a la continuidad del peronismo y del kirchnerismo, estilos políticos que aplicaron con demasiada evidencia un burdo manual de abuso del poder populista, el cual, a punta de asistencialismo para disimular la corrupción, llevó a que esta nación, considerada en algún momento como la despensa del mundo, hoy sea productivamente inviable.
Basta con traer a colación dos datos coquetos de la vida de los argentinos para entender la dimensión del asunto.
El primero es contundente. Por cada argentino laboralmente activo, hay dos que no producen y viven de los subsidios del Estado.
El segundo es vergonzoso. Su vicepresidente, Cristina Fernández de Kirchner, máxima representante viva del kirchnerismo y del peronismo, hoy está condenada a seis años de prisión por actos de corrupción gestados durante los 12 años de gobierno en tándem con su marido, el difundo Néstor Kirchner. Cristina se mufa, para usar un término bien argentino, de contar con un fuero que evita su arresto. Se ha mantenido cara dura en el poder como si fuera un paisaje de las rutas argentinas.
Lo que pasó en las urnas argentinas no es un asunto menor. Sí, efectivamente dejó una consecuencia, un personaje exótico en el poder y que, vuelve y juega, habrá que prestársele atención, pero, sobretodo, dejó un llamado de atención a otros países sobre la forma como quienes se instalan en los gobiernos actúan.
Ojo, no se trata de que cada país tenga a futuro su propio libertario, su Milei criollo. Sí se trata de abrir los ojos sobre los riesgos que concentran sus actuales momentos políticos, porque evidencias como la de Argentina dejan claro que el populismo solo lleva a la desilusión y el cansancio de la sociedad.