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Columnistas | PUBLICADO EL 09 septiembre 2019

LA LECTURA: UN HÁBITO FELIZ

Por Elbacé Restrepoelbaceciliarestrepo@yahoo.com

Sí, Sí, es cierto: “La lectura es el modo de viajar de aquellos que no pueden tomar el tren”. Desde muy chiquita conocí a Pelotillehue, la ciudad ficticia donde nació Condorito, el pajarraco chileno de las tiras cómicas que acaba de cumplir setenta años. Conocí a Yayita, a doña Tremebunda, a Huevoduro, al atorrante de Pepe Cortisona, al compadre Garganta de Lata y al pequeño Coné, el sobrino inquieto del cóndor humanizado por René Ríos, más conocido como Pepo.

Y no me da pena decirlo: Condorito hace parte de mis nostalgias de niñez. Y lo traigo a cuento por ser Chile el país invitado este año a la Fiesta del Libro y la Cultura, que ha enriquecido la literatura con Gabriela Mistral, Isabel Allende, José Donoso y Pablo Neruda, y ahora tendremos la oportunidad de conocer sus nuevos escritores.

Gracias a mi madre, lectora de todas las horas, en mi casa siempre hubo una biblioteca, surtida de acuerdo a sus gustos y a los de sus seis hijos. De las revistas de tiras cómicas y las de Selecciones pasamos a los libros de verdad, que ella compraba con la misma devoción con que compraba el mercado para alimentar su pequeño batallón. Muchas veces las vacas se pusieron flacas, pero como una muestra fehaciente de que los milagros existen, un día a nuestra puerta tocó una vendedora del Círculo de Lectores. Un catálogo mensual y una oferta de crédito bastaron para que con nosotros llegaran a vivir Wilde, Kafka, Vargas Llosa, Cortázar (que no Cortazar como decía esta semana una periodista en radio), y muchos otros con sus personajes. Todos cupieron, sin censura, sin discriminación y con un solo cedazo de por medio: El agrado del lector. Ella, que tal vez no llegó a conocer a Borges, también sabía que “el verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta ‘el modo imperativo’”. Nunca me alcanzarán las palabras para agradecerle por dejarnos la mejor herencia: El hábito feliz de la lectura.

Hoy, en mi propio rincón para libros, me doy el gusto de tener una estantería solo para obras autografiadas por sus autores. Entre ellas me ufano de tener El amor en los tiempos del cólera firmado por Gabo, (cof, cof, perdón), que guardo como un valioso tesoro. Pero también tengo allí los libros de algunos autores incógnitos que cuido, leo y valoro con respeto y admiración: José María Ruiz, Juvenal Marín, Ofelia Peláez, Alonso Orozco, Orlando Betancur, Hugo Álvarez, Juan David Gutiérrez, Horacio Puerta, Inés Elvira y Azucena Vélez, Gilberto González, Luis Fernando Múnera, Iván Upegui e Iván Guzmán, entre muchos otros.

Mi reconocimiento a quienes algún día cogieron un teclado y vaciaron en un papel o en un archivo digital sus experiencias, vivencias, reflexiones e interpretaciones. Tenían algo que decir y lo dijeron, seguramente motivados más por la posibilidad de llegar a unos lectores que lo disfrutaran, que por las regalías, si es que las reciben.

Larga vida para las letras, los puntos y las comas, ¡y para quienes saben dónde se ponen!.

Elbacé Restrepo

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