<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=378526515676058&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
x
language COL arrow_drop_down

La interioridad

Quizás una de las causas principales del deterioro de la religiosidad, no sólo en la iglesia católica sino en todas las religiones, es la pérdida del sentido místico de la vida.

02 de septiembre de 2023
bookmark
  • La interioridad

Por Ernesto Ochoa Moreno - ochoaernesto18@gmail.com

Tal vez no hay predio más infranqueable, más inabordable, pero al mismo tiempo más asediado por violadores extraños que el de la relación del hombre con Dios. Desde al ateísmo hasta la más alta experiencia mística no hay mundo más íntimo, más digno de respeto. Pero también más acosado por merodeadores que obstaculizan el fluir trágico o plácido de la búsqueda del Absoluto.

Quizás una de las causas principales del deterioro de la religiosidad, no sólo en la iglesia católica sino en todas las religiones, es la pérdida del sentido místico de la vida. No es la falta de moral lo que acaba con la religión. De hecho, la inmoralidad, la amoralidad o le desmoralización de las costumbres no son la causa de la irreligiosidad o de la arreligiosidad. Son la consecuencia.

Muchas veces se busca la religión por razones moralistas, casuísticas o normativas. A menudo se es religioso o se adhiere a un credo por herencias culturales o por una simple inercia histórica, pero sin raíces hondas, interiores. Más por miedo a la libertad que por dar cauce y permitir la eclosión de esa libertad. Que es esa libertad el momento más alto de una vivencia mística, que no necesariamente religiosa, en la relación del hombre con el Absoluto. Con Dios, quiero decir.

Una religión, la religión, tiene que ser un camino hacia la interioridad. Una religión, la vivencia religiosa, no es una piel para las apariencias externas. Debe ser un movimiento interior, denso, sereno. Como la sangre. Las hemorragias devocionales no son necesariamente el síntoma de una auténtica vivencia religiosa.

Pero tampoco puede ser la religión un refugio seudomístico para evadir compromisos con la vida, con el mundo, con la historia. Es la gran tentación. So pretexto de evitar contaminaciones que promueven

una religión desencarnada, aséptica. Una especie de fe sin sabor. Y entonces la vivencia religiosa se vuelve más un tranquilizante que una verdadera opción vital. Y sabemos que detrás de las tranquilizaciones, aun de aquella tranquilidad que proviene de Dios (o de Él parece provenir) hay miedos y cobardías, o el deseo inconfeso de cohonestar intereses creados.

No hay nada más explosivo que la vivencia interior del Absoluto. Ni hay silencio más revolucionario que el del contemplativo. Ni hay Dios más inquietante e inquietador que el Dios de la libertad. Saberlo tal vez no sea un consuelo, pero sí es un aguijón para seguir creyendo. Para seguir esperando.

Sigue leyendo

Te puede Interesar

Regístrate al newsletter

Acepto el tratamiento y uso del dato Personal por parte del Grupo EL COLOMBIANO*