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Columnistas | PUBLICADO EL 24 septiembre 2022

La “EPS-tanasia”

Este amigo mío, casi ochentón y machucho (que no muchacho, quede claro) me comentó que había inventado una palabra desconocida: la “EPS-tanasia”. “Es —me dijo— el resignarse a morir por la atención, o, mejor, la desatención, en una entidad prestadora de salud”. Y me contó que llevaba meses, casi años, esperando que todo se diera para conseguir una cita en neurología (“pues ya me acosan las demencias seniles”) en la EPS y que había sido imposible. Que o no contestaban al número telefónico que le daban o lo iban pasando de Herodes a Pilatos y su solicitud se había ido dilatando día tras día sin resultados.

Me quedé pensando en esa palabra que había inventado mi viejo y desvalido amigo. Y quise entonces añadirla a la hoy muy mentada lista de vocablos conformados con la palabra griega thánatos, que signfica muerte, tan de moda: eutanasia, ortotanasia, distanasia, cacotanasia.

Vamos a ver. Y empecemos por el principio, que es el significado de las palabras. Según el Diccionario de la Real Academia (RAE), que es el libro de cabecera para uno saber de qué está hablando, la eutanasia es “una intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura”. O también, “muerte sin sufrimiento físico”. Ortotanasia, por su lado, según la RAE es la “muerte natural de un enfermo desahuciado sin someterlo al sufrimiento inútil de su agonía”. Y distanasia, “la prolongación médicamente inútil de la agonía de un paciente sin perspectiva de cura”.

Quedémonos con estos vocablos, porque la cacotanasia, mencionada arriba, no existe en la RAE, aunque está bien saber que significa “muerte que se aplica sin el consentimiento del afectado” y que estimológiamente es mala (kaká) muerte, como eutuanasia es buena (eu) muerte.

Tal vez a una persona que se está muriendo o se va a morir le consuele saber y le dé fortaleza, valor, integridad y entereza, que lo que se le viene encima es una eutanasia que él o sus deudos y los médicos tratantes solicitaron en los términos jurídicos que exige la ley. Por lo menos en Colombia, uno de los pocos países donde la “muerte dulce” (que llaman) o la muerte asistida está permitida, se puede deducir que el paciente asume libremente esa decisión. Que, sea dicho de paso, es muy respetable y merece toda consideración.

En cuanto a la ortotanasia, como la define el diccionario, es más que aceptable que, con la anuencia del enfermo, si es posible, se respete el curso del morir cuando, como decían las abuelas, “ya está de Dios” que le llegó su fin. Aliviar el dolor, paliar las limitaciones físicas, usar de modo adecuado las medicinas u otras medidas paliativas son más que obras de caridad, son obligaciones de parientes, agentes de salud, médicos y enfermeros. Como decía un cura amigo mío, lo único que cura la muerte es el amor, el acompañamiento, la solidaridad. Dios, al fin y al cabo, que nos espera al otro lado, no es sino eso, amor. Y allá van nuestras vidas, como los ríos a la mar, que decía el poeta español Jorge Manrique.

Después hablamos de la distanasia. Que no sea que a ella se refiriera mi amigo al inventar la epeesetanasia. En esto de hablar del morir hay mucha tela que cortar. Mejor, está toda la tela por cortar 

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