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Por Juan David Escobar Valencia - opinion@elcolombiano.com.co
La frase “una dosis de su propia medicina” está aparentemente inspirada en una fábula atribuida a Esopo llamada: “El zapatero convertido en doctor”, en la que un zapatero fracasado se hace pasar por un doctor que vendía una medicina supuestamente capaz de combatir todo tipo de venenos. Por desgracia, el zapatero enfermó gravemente y el gobernador de la ciudad dispuso que le dieran al zapatero de su propia pócima; quien temiendo morir víctima de su engaño, rechazó tomarla y reconoció que era un embustero.
En las semanas anteriores, hemos visto al presidente estadounidense disponer del destino de todo y de todos, declarar que Groenlandia y Canadá deberían ser nuevos estados de la Unión Americana, y tratar de limpiar el prontuario del criminal de guerra Vladimir Putin, incluso aseverando que el culpable de la guerra en Ucrania no es el invasor sino el invadido. Tener a Rusia de “socia” suele pagarse caro, y si no me cree, pregúntele a Alemania.
La historia del Kremlin como promotor de movimientos secesionistas es antigua y larga, pero recientemente recordemos su patrocinio a Abjasia y Osetia del Sur en Georgia, a Transnistria en Moldavia, Srpska en Bosnia Herzegovina, Crimea y el este de Ucrania, y otros movimientos separatistas en Europa. Pero estas jugadas no solo serían euroasiáticas porque podrían extenderse a quien tanto está intentando ayudarle.
Hace más de un mes se aprobó en el Estado de California, el estado dorado que podría ser la quinta economía del mundo, la recolección de firmas para estudiar la viabilidad de convertirse en una nación independiente en 2027. Aunque esta pretensión existe en California desde mediados del siglo XIX, no debería excluirse completamente a Putin del asunto porque crear caos y polarización en occidente, a quien tanto detesta, es uno de sus divertimentos favoritos.
En 2016, uno de los fundadores del movimiento “Calexit”, Louis Marinelli, viajó a Rusia a la conferencia apoyada por el Kremlin llamada “Diálogo de Naciones” que reunió líderes secesionistas de todo el planeta. A su regreso, Marinelli creo una “embajada” de California en Moscú y colgó un letrero en el área de la Bahía que decía: “CA y Rusia siempre serán amigas” y “coincidencialmente” hubo movimientos en redes sociales promoviendo la independencia californiana. En 2022, el Departamento de Justicia acusó a Alexander Ionov, un ciudadano ruso que trabajaba en el Servicio Federal de Seguridad FSB, antigua KGB, de apoyar a un grupo político californiano que promovía la secesión de California de EE.UU.; y el legislador ruso Serguéi Mirónov, involucrado en la toma de Crimea de 2014, publicó en X su apoyo a un referéndum de independencia y la formación de la “República Popular de Texas”.
En vez de intentar convertir a Canadá en la nueva estrella de la bandera estadounidense, asunto nada fácil ni rentable; quedarse con Groenlandia, una torpeza geoestratégica al perder a Dinamarca, su principal aliado para controlar la flota rusa del Mar Báltico; o reclamar la franja de Gaza para convertirla en la Riviera Maya del Medio Oriente, bien haría la Casa Blanca en desconfiar de su peligroso “amigo”, que estaría gustoso de darle una dosis de su propia medicina; y hasta vengarse de la “pérdida” de Alaska en 1867.