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Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com
Estación Ciberespacio, a la que llegan los que buscan datos para ejecutar tareas o saber el precio del dólar, los que envían textos bien y mal escritos, los que se divierten solos o en cadena con desconocidos, los que tienen ciber-seguidores (que resultan meros números y pocos que den la cara), los que creen tener el mundo a la mano porque sobre cualquier cosa hay noticia (sin saberse qué tan cierta), los que insultan amparados en el anonimato de la red, los que buscan clicks para elevar la estima a través de activaciones de serotonina y dopamina, los que se disfrazan para seducir a alguien al otro lado de la pantalla, los que buscan placer binario libre de preservativos y contagios, los que se inventan lo que sea para que haya viralidad y así su nombre aparezca, los que crean fake news usando plataformas de video juegos, los que ansiosamente buscan quien les hable a través de un chat, los que son fanáticos de la inteligencia artificial y la dotan de poderes sobre humanos, en fin, el ciberespacio es amplio (claro que ya lo cobran a partir de tantas gigas) y por allí se mueve esa multitud solitaria de los que caminan mirando el celular o miran con angustia dónde hay una conexión.
Mirando la película Her (2013), en la que un hombre se enamora de un sistema operativo (Inteligencia artificial) logrando emociones propias de humanos (deseos, amor, celos), se da uno cuenta de que el guionista partió de la enorme soledad que se vive en las ciudades en las que el workholismo (adición desmesurada al trabajo) y la alienación creada por avisos publicitarios se ha interiorizado de tal manera que ha creado a un individuo que busca solucionar sus problemas sin dar la cara ni reconocer errores. Y en esa soledad (a la que se le añade el confinamiento intensivo de los barrios dormitorio), la máquina inteligente es una última ilusión: la de tratar de vivir solo sin tener que recurrir a otro y menos dejarse confrontar por él. Y si lo hace usando la informática, eliminarlo con un simple click.
Es claro que la tecnología avanza, que los primeros habitantes de marte no podrán tomar el sol como en la tierra (supongo que lo harán según los ejercicios que les indique una pantalla), que lo virtual en las empresas y el estado cada vez se amplía porque disminuye gastos operativos, que conversar con otro está regido por la utilidad y no por el ocio (ya pasa). Y en este avance, la soledad también se crece. ¿Cuánto tiempo le asignamos (perdemos) a la tecnología digital (con su variante zanahoria, información), cuánta intimidad, cuánta locura?
Acotación: La soledad frente a la máquina, de la que tanto habla Lewis Munford es sus libros, nos muestra a un hombre absorbido y como entrando en un agujero negro, dejando datos y desapareciendo él. Sí.