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Por Jimmy Bedoya Ramírez - @CrJBedoya
Imagínese una Policía que en vez de aparecer solo cuando el delito ya ocurrió, sea capaz de anticiparlo, evitarlo y, de paso, reconstruir la confianza ciudadana. No hablo de una utopía ni de una historia de ciencia ficción. Me refiero a una revolución real, urgente y posible: la transformación del modelo policial colombiano hacia un enfoque de “Estrategias basadas en el conocimiento y la información”, conocido internacionalmente como Intelligence-Led Policing (ILP). Este no es un invento académico ni una moda de expertos. Es el modelo que ya aplican con éxito algunas de las ciudades más seguras del mundo, y es el salto que Colombia necesita dar, antes de que la desconfianza, la improvisación y la reacción tardía terminen de socavar la legitimidad institucional.
La evidencia es contundente. El Safe Cities Index de The Economist lo demuestra: Singapur, Tokio y Copenhague no lideran los rankings globales de seguridad porque tengan más policías o más fuerza, sino porque han sabido combinar tecnología predictiva, planificación basada en datos y corresponsabilidad ciudadana. En esas ciudades la seguridad no se improvisa: se diseña, se anticipa y se construye con la gente. No reaccionan al crimen: lo previenen. ¿Qué hacer o aprender para implementar un nuevo modelo en el país?
El modelo ILP, como lo desarrolla el Guidebook on Intelligence-Led Policing de la Organization for Security and Co-operation in Europe (OSCE), propone un giro radical: pasar de una Policía reactiva —centrada en el despliegue territorial masivo y la persecución a posteriori— a una Policía estratégica, capaz de usar información de calidad para identificar amenazas, priorizar recursos, anticipar escenarios y actuar con inteligencia. Esto implica que al menos la mitad de la fuerza policial se dedique a labores de análisis criminal, prevención estructural, planificación táctica e inteligencia estratégica. Significa también automatizar tareas repetitivas con apoyo de sistemas digitales, liberar talento humano para lo realmente primordial y tomar decisiones con base en analítica avanzada y no en intuiciones.
Sin embargo, esta transformación no es solo tecnológica ni táctica. El verdadero cambio revolucionario —el que no se ve, pero se siente— es cultural. A la inversión en cámaras corporales, drones o software predictivo es imprescindible anteponerle una transformación institucional interna. La legitimidad no se decreta ni se impone, se construye cada día en el terreno, en la interacción entre el policía y el ciudadano, en ese “momento de verdad” donde el uniforme debe representar cercanía, no amenaza. Una Policía próxima con vocación de servicio, sentido social, y humildad institucional.
Modelos de éxito como los mencionados demuestran que es posible atreverse a reinventar las instituciones de seguridad, lejos de cambios superfluos. Países como Singapur exhiben las ventajas de reorientar la seguridad, una policía pequeña pero tremendamente eficaz, gracias a la tecnología, la inteligencia anticipada y una cultura de legalidad compartida. Como dice el manual de la OSCE: “Las decisiones policiales más efectivas son aquellas que se toman con base en información precisa, análisis riguroso y colaboración ciudadana”. Esa frase debería ser el nuevo mantra del servicio público de policía en el país.
Colombia necesita dar ese salto. Apostar con decisión y sin retórica por una Policía centrada en el conocimiento, automatizada en lo repetitivo y profundamente conectada con la ciudadanía. La seguridad real involucra más inteligencia, más transparencia y más comunidad. La revolución en la Policía es posible, urgente y empieza con una decisión política: no conformarse con menos, el camino existe, se trata de dar el primer paso.