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Las personas amables no rehúyen las controversias, comprenden que una cosa es promover la paz y otra muy distinta es evitar el conflicto.
* Director de Comfama.
Querido Gabriel,
¿Supiste que a P. lo echaron del trabajo? No te puedo creer, ¿pero su jefe no era pues un bacán? Imagínate, y no se lo esperaba, todo parecía ir bien, puras risas y abrazos hasta que “taque”, llegó el golpe y está destrozado. Increíble, ¿y nadie lo previno, no le dieron feedback para alertarlo y darle la oportunidad de mejorar? Cero, nada, y con todo lo que necesitaba y quería ese trabajo. ¿Pero por qué su jefe no le dijo nada, siendo supuestamente tan buena persona? ¿Será que cayó en la trampa del deseo excesivo de agradar?
En un mundo laboral en el que, afortunadamente, las buenas maneras son cada vez más necesarias, debemos gestionar este riesgo. No podemos volvernos tan agradables que nuestra presencia en el trabajo sea anodina e irrelevante. ¿Será que ese deseo de gustar, mal administrado, acaba con la sinceridad y bloquea el crecimiento? ¿No crees que todos necesitamos, de vez en cuando, escuchar las voces de la vida hablándonos a través de los demás? ¿O a ti te gustaría andar por ahí como el monarca del cuento El traje nuevo del emperador, desnudo, sin que nadie te advierta de tus carencias y puntos ciegos?
No es igual ser agradable que ser amable (en inglés puede ser más claro: una cosa es ser nice y otra muy distinta ser kind). La gente excesivamente agradable cae bien pero raramente son fuente de aprendizaje. Se vuelven personas fastidiosas, parecen no tener criterio para reconocer el bien y el mal o el carácter para expresarlo. La gente realmente amable, por el contrario, tiene un balance claro entre las formas correctas y la honestidad brutal. Cuando ocupan espacios de liderazgo, nos permiten reconocer nuestras fallas en un contexto amoroso y avanzar hacia el aprendizaje. Son personas tridimensionales, auténticas y, por ende, terminan siendo los mejores amigos y colegas.
Las personas amables no rehuyen las controversias, comprenden que una cosa es promover la paz y otra muy distinta es evitar el conflicto. Quien habla de paz y no pone reglas o límites está, a la larga, cultivando los más amargos desencuentros. De otro lado, quien persigue “el buen conflicto” que tanto alentaba John Lewis, el activista de derechos civiles y congresista estadounidense, sabe que hay batallas necesarias, que producen una incomodidad adecuada y permiten que emerjan la sanación, el aprendizaje y el progreso.
Además de la honestidad, hay una cualidad adicional que tienen las personas verdaderamente amables. Se trata de un rasgo que podríamos denominar amor activo o “cuidado en acción”, como dice Aytekin Tank en un reciente artículo en Fastcompany. Las personas más amables son empáticas, pero no se quedan allí. Ayudan a mitigar el dolor del otro compasivamente. Buscan soluciones para los desafíos y problemas de los demás, les interesan genuinamente su bienestar y desarrollo.
Hagamos la tertulia pronto, pensemos en cómo ser amables sin embobarnos ni embobar a quienes nos rodean. Como líderes seamos más parecidos a la madre que enseña y nutre que a la que sobreprotege y castra. No nos dejemos engañar por el exceso de corrección política ni la mala literatura de superación. Recordemos que la verdadera bondad implica justicia, honestidad y coraje. Practiquemos la amabilidad honesta, real y cuidadora. Al fin y al cabo, es solo gracias a ella que tejemos las relaciones que sostienen al mundo, y a nosotros en él.