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Columnistas | PUBLICADO EL 25 febrero 2020

Hipotermia e impotencia

Por JUAN DAVID RAMÍREZ CORREAcolumnasioque@gmail.com

El título de la noticia era: “Bebé murió de frío en brazos de su madre mientras cruzaban un páramo”. El niño que murió tenía dos meses de edad. Que lo mató una hipotermia, una broncoaspiración, su desnutrición. No importa lo que haya sido. La cosa siempre será dramática. Su cuerpo quedó en una funeraria de Pamplona, Norte de Santander, y su madre, de tan solo de 18 años, cargará con un trauma para siempre.

Esta es una de las tantas cosas que viven los migrantes venezolanos. Un drama que pasa por las trochas entre los dos países, en donde las mafias que las controlan les quitan el poco dinero que llevan y objetos tan preciados para su viaje como unos tenis o un saquito para protegerse en la intemperie. Drama que después se traslada a las carreteras colombianas, especialmente las del noreste del país, dejando a los ojos de los conductores un éxodo sin precedentes.

Las autoridades migratorias calculan que han llegado a Colombia cerca de 1,6 millones de venezolanos a rebuscarse la vida a como dé lugar. Han llegado, literalmente, expulsados de su país. Se calcula que 15.000 venezolanos caminan mensualmente por el páramo de Berlín para llegar de Cúcuta a Bucaramanga y de ahí seguir viajando por Colombia. Basta con buscar en internet las fotos de los migrantes para hacerse a una idea de las dificultades que pasan, haciéndolos altamente vulnerables a enfermedades, explotación laboral, sexual, tráfico de personas, discriminación y xenofobia.

Algo muy grave tiene que estar pasando. Estamos hablando de miseria humana en su máxima expresión, esa misma que hace a miles desalmados. Que son una paria, que vienen los problemas, que está llegando lo más bajo de Venezuela, en fin. No, no es así. Esto es la manifestación de un asunto global. Turquía, Italia, Siria, Francia, México, Estados Unidos, Ecuador, Perú y muchos otros países están inmersos en esos flujos migratorios cargados de drama que conllevan a que miles mueran en el mar, en el desierto, en las montañas, en las calles.

En el caso de Venezuela, la raíz del problema tiene nombre: una revolución ridícula, inverosímil, que expulsa a su gente, para satisfacer la megalomanía de unos pocos. ¿Qué remordimiento le puede dar, por ejemplo, a Nicolás Maduro, si le dicen que un niño de dos meses de nacido murió de hipotermia porque su madre venezolana salió expulsada de su país por culpa del hambre (se estima que en Venezuela el hambre se triplicó entre 2010 y 2017)? Dirá que la culpa es de los burgueses que trabajan para el imperialismo yanqui. Al final, ni le importará. Un niño más, un niño menos no hace la diferencia ni los cerca de 40 migrantes que mueren al mes por esta causa, porque su propósito es atornillarse en el poder.

Qué impotencia, qué tristeza que algunos deban buscar un ápice de esperanza desarraigándose, dejando atrás lo propio, sin importar los riesgos... ni siquiera el frío que mata.

Juan David Ramírez Correa

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