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Por Fanny Wancier Karfinkiel - fannywancier7@gmail.com
Las generaciones siguientes con frecuencia han creído que sus progenitores utilizan la vestimenta para disimular o tapar las zonas o partes del cuerpo que consideran indecentes o antiestéticas. Es así que, cada nueva moda busca una imagen más atractiva de expresar la personalidad, los gustos de cada uno, o lo que llegaremos a ser si encontramos la combinación adecuada. No obstante, vestirse es más que eso: desempeña funciones útiles de protección y pudor, cuenta historias, captura el espíritu de los tiempos, el desarrollo social y, al ser un lenguaje, comunica aspectos esenciales de pertenencia e identidad.
Varios factores intervienen en la forma de vestirnos: económicos, culturales, climáticos, estéticos, psicológicos, y religiosos. La vestimenta alude a nuestras aspiraciones, esperanzas y miedos, a vernos más jóvenes o mayores, a revelarnos arriesgados o prudentes, a señalar nuestro prestigio, poder, sometimiento o libertad, a intimidar o tranquilizar. A fin de cuentas, siempre tentados a actualizarlo a través de las ilimitadas aplicaciones del lenguaje no verbal, el ritual de vestirse se refiere a emitir lo que necesitamos transmitir a nosotros mismos y a la sociedad en la que vivimos.
La vestimenta se transforma por los desastres naturales, pandemias, guerras y revoluciones. Por ejemplo, después de la peste negra del siglo 14 en Europa, mucha gente se quedó sin pareja, obligando a hombres y mujeres a vestirse con atuendos transparentes, ajustados, o provocativos para conseguirla. A sí mismo, en el año 1947 el gobierno laborista británico intentó detener el “New look” de Cristhian Dior por ser demasiado frívolo, en contraste con los devastadores efectos de la Segunda Guerra Mundial. Es usual que la gente copie la forma de vestir de los actores favoritos de las películas, que cuando se quiera promover una etnia o una raza la indumentaria sea un aspecto a tener en cuenta o, para difundir sus principios, que la religión invente reglas de vestimenta modestas. El caso de la revolución industrial convirtió la moda en un tema global y, produciendo prendas en masa, definió las tendencias de cada época.
Un ejemplo de gran impacto psicológico que no debe subestimarse, es el peculiar uniforme del grupo terrorista islamista Hamas que, usando ropa personalizada para reforzar el espíritu de equipo y reavivar el odio, une a sus miembros en un cuerpo unificado.
Previa enajenación colectiva, el rostro completamente tapado les permite aterrorizar a bebés, niños, adolescentes y adultos mediante el salvajismo y la crueldad. Se trata de desinhibirse, descargar la energía destructora sin que importe la reacción de nadie, de generar miedo para que el enemigo no perciba el propio y de matar dentro de una coreografía donde son absueltos de responsabilidad.
El verde lo consideran el color del paraíso, a la vez que, portando un arma en una mano y el Corán en la otra, aspiran a proyectar en el mundo entero su plan expansionista de sumisión absoluta a Alá. Para quienes anhelan liberarse de la “opresión” de Occidente, ¿no creen que la forma de vestir de Hamas resulta incoherente?