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Columnistas | PUBLICADO EL 15 abril 2021

Escribir sobre nuestros padres

Por Karmele Jaioredaccion@elcolombiano.com.co

Por Karmele Jaio

Miras las manos de tu madre. Sigues atentamente con la mirada las rutas que marcan sus venas, como si así pudieras llegar al origen de algo. Quizás escribes sobre ella por esa misma razón, porque confías en que, llegando al germen, al molde del que has salido, encontrarás por fin alguna pista sobre quién eres y cómo te has construido mientras vivías, sin ser consciente de ello, en aquellas manos.

¿Por qué escribimos de nuestra madre, de nuestro padre? Tal vez sea un intento de recuperar aquella voz que hemos utilizado siempre con ellos. Una voz arriesgadamente íntima que no nos sale con nadie más. Quizás intuimos que, en ese timbre, ese tono, se esconde alguna verdad y confiamos en que, recobrándola a través de la escritura, podremos llegar a la muñeca rusa más pequeña de todas, la que se esconde tras las capas que nos hemos ido poniendo encima con los años.

Escribir tiene mucho de encontrar lo extraordinario y lo misterioso en lo familiar, en lo cotidiano, porque es ahí donde se esconden las verdades, y hablar de nuestros padres nos lleva irremediablemente a ese espacio íntimo, a ese álbum familiar de fotos. Allí encontramos lo que nos dijimos, pero, sobre todo, lo que nos dejamos sin decir. Y esos silencios familiares, todas las palabras no dichas a nuestros padres, sobrevuelan la necesidad de escribir sobre ellos.

Pero se escribe sobre todo desde la culpa. La culpa es uno de los grandes motores que nos impulsan a escribir sobre nuestros padres. La culpa por no haberlos visto a pesar de haber estado a su lado todo el tiempo, por haber sepultado sus nombres bajo unos rígidos y pesados roles de madre y padre.

Escribir sobre nuestra madre es también destapar la realidad de aquellas mujeres a las que en su cumpleaños se les regalaba una plancha. Escribes sobre tu madre cuando, tras su muerte, abres su armario y sientes la necesidad de rellenar con un cuerpo de mujer esos cuellos y esas mangas que cuelgan de las perchas; de adivinar para quién se ponía el collar de perlas que encuentras en su joyero.

No es casualidad que escribamos de nuestros padres, sobre todo, a partir de una edad, cuando mueren o cuando no los reconocemos en esos ojos empequeñecidos por la vejez. Creo que el desamparo que sentimos al ser conscientes de que ya no seremos más el niño o la niña al que cuidaban, que nadie nos va a cuidar nunca más así, es precisamente, otra de las grandes razones que nos lleva a escribir sobre ellos

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