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Por Norvey Echeverry Orozco
Universidad de Antioquia
Comunicación - Periodismo, semestre 7
norvey.echeverry@udea.edu.co
Tienen los mismos aspectos: asientos, tribunas y pantallas. Ambos, en señal cerrada de televisión, son transmitidos: el primero en el canal dos y el segundo en el veinticinco. Los unos usan corbatas y los otros uniformes de licra; unos ganan más de treinta millones cada mes y los otros, muchos de ellos, más de cien.
Hay uno más visto que el otro, porque en Colombia a la gente le encanta el entretenimiento deportivo. Hablo del Senado y de los estadios de fútbol. Tan parecidos en los últimos días, o tal vez desde siempre, porque entre los anteriores senadores había una mujer que también gritaba más de lo necesario. No diré nombres, cada uno sabrá cuáles de ellos son los que más nos han dañado la audición.
Como hay hinchas que saltan y gritan en las tribunas hasta quedarse sin voz, hay senadores, con las venas de la frente marcadas y con la voz ronca, que gritan duro como si acabaran de salir de un manicomio. Uno hasta piensa por segundos que los tenían amarrados a un árbol y no los habían dejado hablar desde hace muchos años. Pero no, habían gritado el día anterior tan fuerte como lo hacen hoy.
Normalmente la gente grita fuerte, mientras se discuten ideas, porque les hacen falta argumentos. Da pena ver esa gritería en el lugar donde se define el futuro del país. Si el Senado es un zoológico, como lo comentó en una entrevista de radio María Fernanda Cabal, muchos de los senadores son orangutanes.
El Senado, poco a poco, por hombres y mujeres que gritan tan fuerte como el “soldado Patascuy”, se comienza a parecer cada vez más a una plaza de mercado, con una gran diferencia: tienen más estilo y educación los vendedores de mandarinas y aguacates en las calles de Medellín para gritar.
Pueden existir todos los desacuerdos ideológicos, esa es la base fundamental de la democracia, pero gritar como un cantante en un concierto no es necesario, más cuando se cuenta, en cada uno de los puestos, con micrófonos. No me quiero imaginar cómo serían sin ellos. En medio año, viendo las trasmisiones con quince de volumen, quedamos sordos. Le propongo al canal del Senado que, así como tienen una persona encargada del lenguaje de señas, ubique una advertencia, en la parte inferior de las pantallas, que diga lo siguiente: este senador no habla, grita, por eso le recomendamos bajar el volumen a su televisor.
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