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Me había propuesto no volver a hablar sobre la vejez. Pero ya hasta muy ilustres personajes han entutelado al presidente Duque (y creo que no les falta razón), por el encerramiento de los mayores de 70 años con motivo de la pandemia. Para ser francos, esa rebelión de las canas, así llamada, no me hace mucha gracia y por eso me fui a hablar con mi tío, el padre Nicanor Ochoa, que él sí sabe de vejeces, de enclaustramientos y de otras adehalas que trae consigo la vejez. Oyó sonreído mi retahíla de razones en favor de los ancianos y con algo que no sé si era comprensión o sorna, me echó su sermoncito.
-El envejecimiento, hijo, es una ley de la vida. Si tú amas la vida desde el primer momento de la concepción, debes amarla hasta el último latido. No es la vida en sí, propiamente, sino la sociedad, la que discrimina, margina y hace que la vejez sea tan dura para muchos. No hay derecho a que con esa falta de ética y de sentido de humanidad que tiene la macroeconomía, se golpee más a quienes son más débiles y se hunden en la precariedad y en las carencias. Y van siendo tragados irremediablemente por el último remolino, que es el morir y que nos arrojará en la playa de la eternidad.
-Es a lo que yo me refiero, tío, cuando hablo del paralelo de los 70 años, que señala ahora el mapa del distanciamiento social para los ancianos. Esos paralelos de la vejez existen. Si pierdes el trabajo antes de los 50 años, considérate sin trabajo para el resto de tus días. Si a los 55, 60 o más logras tocar con las manos el espejismo de una jubilación menguada -en caso de que la consigas y no te trague la tormenta del papeleo y de las insoportables esperas e incumplimientos del Sistema de Salud- en ese paralelo empiezas a sentirte (y a estar) abandonado.
-Y ahora resígnate al tedioso encerramiento por la cuarentena, que cuando termine la peste ya habrá otros pretextos y otras fementidas muestras de amor a los “abuelitos” para que las cosas sigan lo mismo. Es que, muchacho, en una sociedad que rinde culto al dios de la productividad, a los llamados adultos mayores (viejos, sin eufemismos) los tratan como a los muebles viejos. Que si no son útiles, no sirven; si no sirven, sobran; si sobran, estorban; si estorban, hay que arrumbarlos en el cuarto de sanalejo.
-Siempre, padre Nicanor, convocar a los ángeles del ocaso lo lleva a uno a alborotar los demonios de la vejez.
-Como sea, hijo, sigamos siendo fieles a la vida. Es lo que cuenta