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Por allá en 1986, si mal no recuerdo, la Comisión de Acusaciones de la Cámara en la que se juzgaban los acontecimientos del Palacio de Justicia, relegó, según su decir, al “silencio de los pensamientos” las acusaciones contra el Presidente y el ministro de Justicia por sus actuaciones en esas trágicas jornadas que no olvidará el pueblo colombiano.
Lo que quiera que signifique, entonces y ahora, el silencio de los pensamientos, desde entonces el país parece haber aceptado la ley del silencio en todos sus órdenes. Callados, mustios, gregarios, nos hemos dedicado a asordinar hacia dentro los balidos del rebaño, contemplando con los ojos redondos del pasmo o de la impotencia, el lento caer de nuestra nación por el despeñadero. Que no otra cosa ha sido el discurrir de nuestra historia en las últimas décadas del siglo pasado y estas de comienzo del nuevo milenio.
Pero hay muchos silencios. Está el silencio cómplice del que aprueba, cohonesta y goza interiormente con los desafueros y las conductas que merecen repudio. Es un silencio turbio, sórdido, complaciente.
Está el silencio del cobarde, del que tiene miedo, del que no es capaz de protestar y, por lo mismo, acaba consintiendo. Lo decían los viejos latines: “Qui tace consentire videtur”; que en romance suena, “el que calla, otorga”. Es un silencio endeble que, por lo mismo, acaba siendo también complaciente.
Está el silencio contemplativo, un lujo frágil de intelectuales y escépticos, que se llena con el ronroneo de las cavilaciones y acaba adormeciendo el espíritu crítico y apagando la llama débil de un valor inicial. Un silencio que perdido por los vericuetos de las justificaciones, termina siendo también complaciente.
Y el silencio de los resignados, el de los vencidos, el de los que se rinden. Silencios todos que, por el cauce de las complacencias y falta de lucha, van a dar a la mar, que es el olvido. Pero hay un silencio también de furias contenidas, el de los que no se dan por vencidos, el de los que no tragan entero. Es un silencio que, como todo verdadero silencio, acaba por decir la verdad. Aunque esa voz suene solitaria y busquen también acallarla.
No existe el silencio de los pensamientos. Porque todo pensamiento que no se pronuncia es un aborto. O una forma de disimular la esterilidad. Por eso el silencio de los pensamientos acabará por ser oído. Tarde o temprano. Más temprano que tarde