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Según los científicos, el derretimiento de estos icebergs da vida y genera mucha actividad biológica, pese a los vaticinios catastróficos que auguran los agoreros climáticos
Por Humberto Montero - hmontero@larazon.es
El bloque de hielo más grande del mundo navega a sus anchas por las gélidas aguas antárticas. El iceberg A23a, separado de la costa antártica en 1986 y de 4.000 kilómetros cuadrados está en movimiento después de más de 30 años encallado en el quinto pino del Atlántico Sur.
El A23a fue parte de un brote masivo de témpanos de la plataforma de hielo Filchner. En aquel momento albergaba una estación de investigación soviética. Moscú envió una expedición para retirar el equipo de la base Druzhnaya 1, por temor a que se perdiera. Pero el iceberg, más alto que el Empire State Building, no se alejó mucho de la costa antes de que su profundidad de 400 metros lo anclara al lodo del fondo.
A23a ha acelerado en los últimos meses, impulsado por los vientos y las corrientes, y ahora está pasando por el extremo norte de la Península Antártica. Como la mayoría de los icebergs del sector de Weddell, es casi seguro que A23a será expulsado a la Corriente Circumpolar Antártica, que lo arrojará hacia el Atlántico Sur en un camino que se conoce como “callejón de los icebergs”.
Los científicos seguirán de cerca el progreso de A23a. Si aterriza en Georgia del Sur, podría causar problemas a los millones de focas, pingüinos y otras aves marinas que se reproducen en la isla. El gran volumen de A23a podría alterar las rutas normales de alimentación de los animales, impidiéndoles alimentar adecuadamente a sus crías.
Sin embargo, no parece haber motivo de alarma. Todos los icebergs, por muy grandes que sean, están condenados a derretirse. Y esto genera también beneficios al medio marino ya que a medida que se derriten liberan el polvo mineral que se incorporó a su hielo cuando formaban parte de los glaciares que raspaban el lecho rocoso de la Antártida. Y este polvo es una fuente de nutrientes para los organismos que forman la base de las cadenas alimentarias de los océanos.
Así que, según los científicos, el derretimiento de estos icebergs da vida y genera mucha actividad biológica, pese a los vaticinios catastróficos que auguran los agoreros climáticos.
Porque la naturaleza es sabia, pero frágil. Por eso en el balance negativo resulta preocupante la deforestación de la sabana brasileña, el llamado Cerrado, un ecosistema igual de importante que la selva. Entre agosto de 2022 y julio de 2023, ha aumentado un 3%, el cuarto año consecutivo al alza, según datos oficiales.
El área deforestada sumó 11.011 kilómetros cuadrados, 322 más que el año anterior, de acuerdo a las imágenes satelitales analizadas por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE, por sus siglas en portugués).
A esto se suma que un 42% de los bosques de la Amazonía que no han sufrido intervenciones humanas desde 1985 se encuentran en peligro de desaparición, según afirma un estudio publicado esta semana por la Red Amazónica.
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