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Lo que no quiere entender el presidente es que Colombia no es un laboratorio para experimentar lo que no funcionó en el resto del mundo.
Por Luis Fernando Ospina V. - opinion@elcolombiano.com.co
Empeñados en inocular un virus devastador para la institucionalidad y la democracia, el Presidente Gustavo Petro sigue demostrando que su gobierno es, literalmente, un experimento social, peligroso y contagioso, al mejor estilo de su ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo.
Contagiado hace rato de un socialismo recalcitrante, con evidentes manifestaciones de fiebre populista, Petro delira y propaga su enfermiza condición de acabar con todo lo que toca. A diferencia del virus del COVID-19 que, pese a sus estragos y devastadores efectos sobre millones de personas y la economía global, logró unir al Planeta en la búsqueda de una vacuna, este Gobierno actúa como una plaga que divide, cercena derechos, mutila experiencias exitosas y busca matarnos la esperanza. Todo en contravía de su maquillada promesa de convertirnos en una “Potencia Mundial de la Vida”. Quienes soñaron con que la extrema izquierda iba a ser un antídoto contra la “ultraderecha” que había gobernando a Colombia por siglos, ahora reciben de su propia medicina y se dan cuenta de que Petro es el peor “experimento social” de nuestra historia democrática. Y lo peor: está lejos y será costosísima una vacuna que evite que haga más daño del que ahora está haciendo.
La pregunta entonces es qué vamos a hacer. Cómo controlar semejante amenaza y mitigar sus devastadores efectos sobre lo que, más o menos, estaba bien, pero susceptible de mejorar. Muchas son las respuestas, pero de nada vale tenerlas cuando al frente de un gobierno está un personaje de las características de Petro: arrogante, temerario, agitador, displicente y, sobre todo, revanchista y resentido social.
La sabiduría de nuestros ancestros, de las abuelas, dice que “quien es, no deja de ser” y con Petro se cumple a rajatabla. Después de pretender llegar al poder por la vía de las armas y teniendo la histórica oportunidad de enaltecer la democracia, el presidente insiste en los atajos, las emboscadas y las intimidaciones como armas para conseguir sus propósitos. Petro sigue atrincherado en sus retrógradas reivindicaciones socialistas y de lucha de clases.
Lo que no quiere entender el presidente y su séquito de “cepas” es que una buena parte de Colombia no es un laboratorio para experimentar lo que no funcionó en el resto del mundo, sino una potente vacuna contra la demagogia. El país tiene muchas enfermedades, algunas crónicas, pero someterlo a un tratamiento que desconoce el rigor y la evidencia científica, los principios básicos de la economía global, los preceptos de la independencia de poderes, la seguridad como requisito para la inversión y el crecimiento económico, es pretender acabar con un cáncer recetando acetaminofén. En otras palabras: buscar ser potencia mundial de la vida y, al mismo tiempo, darles poder a quienes durante décadas han matado a tantos colombianos; proteger a los más vulnerables, acabando un sistema de salud que, con algunos problemas, ha mejorado el bienestar de millones de personas; o prometer acabar con la pobreza minando la confianza en la inversión y atacando a los que generan empleo y oportunidades. Así, la llegada de la izquierda al poder no sólo no aliviará los problemas acumulados durante hegemonías de derecha, sino que lo poquito que sigue sano, pronto, muy pronto, estará agonizante y el país entero no podrá salir de ese “experimento social” al que nos quiere someter un virus llamado Gustavo Petro.