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Columnistas | PUBLICADO EL 14 marzo 2019

EL DINERO COMO VALOR SUPREMO Y LA CORRUPCIÓN

Por CARLOS ALFONSO VELÁSQUEZ

@CarlosAVR

Repulsivas fueron las imágenes que circularon mostrando al exfiscal de la JEP Carlos Bermeo embolsillándose un fajo de billetes. También esas imágenes produjeron frustración en quienes hemos entendido que la JEP es una institución clave para que el país supere 50 años de conflicto bélico conociendo una alta proporción de las verdades que la violencia política ha ocultado. Es que solo conociendo y afrontando las verdades, podremos lograr que el proceso de pacificación en que estamos inmersos sea irreversible. Entonces, ¿acabarla por la corrupción? De ninguna manera. Hay que ver que, si no fue necesario cerrar la Corte Suprema de Justicia por el escándalo del “cartel de la toga”, ni la Fiscalía General cuando el fiscal anticorrupción resultó corrupto; ni tocó acabar con el Ejército cuando se revelaron las ejecuciones extrajudiciales, ni con el Congreso por las numerosas sentencias de la “parapolítica”, ¿por qué y para qué cerrar la JEP? ¿Qué se puede pensar del senador Álvaro Uribe, cuando declara que “es mejor acabar con la JEP”?

De cualquier manera, con lo de Bermeo, una vez más queda en evidencia que la corrupción ha penetrado personas en todas las instancias del poder público de Colombia. Es decir, se convirtió en una especie de epidemia insertada en la cultura dominante, por lo que conviene auscultar en factores subyacentes a la asfixiante propensión a la corrupción.

En la sociedad actual se han generado modos de pensar que configuraron una subcultura en la que tienden a difuminarse las fronteras entre el bien y el mal. Tanto así que no pocas personas se confunden en qué es lo uno o lo otro, y ante la duda acaban pensando que ciertas conductas no son en realidad tan malas, pues, depende de cómo se les mire. De esta manera, la ética se ha convertido para muchos en algo subjetivo, porque no hay principios que sirvan como norte de acción. No sería pues de extrañar que Bermeo tenga como guía de acción aquella frase pronunciada hace unos años por uno de los hermanos Nule: “la corrupción es inherente al ser humano”.

Lo cierto es que en el trasfondo de la corrupción gravitan tres corrientes relevantes de la cultura actual que se retroalimentan: el individualismo, el relativismo y su hermano menor el consumismo. Fenómeno este de cuyo influjo pocos se escapan, pues está vinculado con el capitalismo y el libre mercado. También con el hedonismo o filosofía del placer, el pragmatismo y el utilitarismo.

En el modo de vivir consumista el bienestar se mide por el poder de compra de las personas. De esta manera, el dinero se convierte en un valor supremo, porque se piensa que con él se puede conseguir todo, incluidos el poder y el placer. Así las cosas, es fácil colegir que una escala de valores presidida por el dinero incentive la corrupción. De aquí que si queremos combatirla a fondo debemos acometer el asunto no solo desde lo penal, sino también incentivando y promoviendo un cambio cultural empezando por exigir ejemplos palpables de austeridad en las élites políticas y económicas. (Colprensa) .

Repulsivas fueron las imágenes que circularon mostrando al exfiscal de la JEP Carlos Bermeo embolsillándose un fajo de billetes. También esas imágenes produjeron frustración en quienes hemos entendido que la JEP es una institución clave para que el país supere 50 años de conflicto bélico conociendo una alta proporción de las verdades que la violencia política ha ocultado. Es que solo conociendo y afrontando las verdades, podremos lograr que el proceso de pacificación en que estamos inmersos sea irreversible. Entonces, ¿acabarla por la corrupción? De ninguna manera. Hay que ver que, si no fue necesario cerrar la Corte Suprema de Justicia por el escándalo del “cartel de la toga”, ni la Fiscalía General cuando el fiscal anticorrupción resultó corrupto; ni tocó acabar con el Ejército cuando se revelaron las ejecuciones extrajudiciales, ni con el Congreso por las numerosas sentencias de la “parapolítica”, ¿por qué y para qué cerrar la JEP? ¿Qué se puede pensar del senador Álvaro Uribe, cuando declara que “es mejor acabar con la JEP”?

De cualquier manera, con lo de Bermeo, una vez más queda en evidencia que la corrupción ha penetrado personas en todas las instancias del poder público de Colombia. Es decir, se convirtió en una especie de epidemia insertada en la cultura dominante, por lo que conviene auscultar en factores subyacentes a la asfixiante propensión a la corrupción.

En la sociedad actual se han generado modos de pensar que configuraron una subcultura en la que tienden a difuminarse las fronteras entre el bien y el mal. Tanto así que no pocas personas se confunden en qué es lo uno o lo otro, y ante la duda acaban pensando que ciertas conductas no son en realidad tan malas, pues, depende de cómo se les mire. De esta manera, la ética se ha convertido para muchos en algo subjetivo, porque no hay principios que sirvan como norte de acción. No sería pues de extrañar que Bermeo tenga como guía de acción aquella frase pronunciada hace unos años por uno de los hermanos Nule: “la corrupción es inherente al ser humano”.

Lo cierto es que en el trasfondo de la corrupción gravitan tres corrientes relevantes de la cultura actual que se retroalimentan: el individualismo, el relativismo y su hermano menor el consumismo. Fenómeno este de cuyo influjo pocos se escapan, pues está vinculado con el capitalismo y el libre mercado. También con el hedonismo o filosofía del placer, el pragmatismo y el utilitarismo.

En el modo de vivir consumista el bienestar se mide por el poder de compra de las personas. De esta manera, el dinero se convierte en un valor supremo, porque se piensa que con él se puede conseguir todo, incluidos el poder y el placer. Así las cosas, es fácil colegir que una escala de valores presidida por el dinero incentive la corrupción. De aquí que si queremos combatirla a fondo debemos acometer el asunto no solo desde lo penal, sino también incentivando y promoviendo un cambio cultural empezando por exigir ejemplos palpables de austeridad en las élites políticas y económicas. (Colprensa).

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